por Jorge Arroita

El escritor-arquitecto, podría decirse que es aquel que prima la estructura o el planteamiento por encima del desarrollo o el crecimiento, trabajo que ocuparía más al escritor-jardinero. Puestos a abordar esta técnica, el primer punto a resaltar sobre el escritor como arquitecto sería que este arquetipo se centra más en el diagrama que organiza la obra o construcción, y no en el proceso de construcción en sí, es decir, que las principales bases del “arquitecto” (como ocurre con su homónimo) se encuentran en el planteamiento de la propia obra, el cual es desarrollado con anterioridad y al cual ella debe ajustarse, estando totalmente subordinada la creación a la intelección previa del autor. Podríamos decir que así la construcción estaría más circunscrita bajo los moldes autorales, al revés de como ocurre en el caso del jardinero, que se deja llevar por su propia creación, marcando esta su camino sobre el creador (simbólicamente hablando, ya que la obra siempre es diseñada por su autor: al fin y al cabo, no tiene vida propia).

Ahora sí, esta concepción diagramática de la obra termina cayendo en una cierta falsedad dentro de la literatura, puesto que es de sentido común entender que un buen diagrama o planteamiento no tiene por qué garantizar un buen texto final, y que sin desarrollo real, un diagrama es interesante, mas termina no significando estrictamente aquello que estaba destinado a significar; un perfecto ejemplo observable sería el caso de Borges, sobre el que se podría banalizar diciendo que sus relatos son “puro diagrama”, solo que decir eso sería incurrir en grave falsedad, puesto que es verdaderamente esencial su misma materialización: el desarrollo discursivo y el lenguaje utilizado para encauzar esas ideas o hipótesis que tanto se esmeró obsesivamente en plantearnos. Para evitar esta falacia, sería más acertado recalcar que el diagrama es la herramienta de trabajo esencial del arquitecto, adelantando el proceso creativo (de forma estructural o esquemática) a la propia “construcción material” de la obra, pero que no es nunca la puntada definitiva ni estrictamente definitoria de su creación artística.

Aclarado este punto, es palpable que el escritor-arquitecto sigue principios estructurales, en lugar de dejarse llevar de una manera más aperturista por el desarrollo de su criatura, o de regirse en mayor medida por la improvisación a gran escala. Esto, por un lado, ayuda bastante a construir “proyectos sólidos/consistentes”, al tener un hilo de ruta ya entretejido y unas bases bien previstas a la hora de acometer la escritura; pero, por otro lado, conlleva que el escritor tienda a estar gravitacionalmente sometido a cierta rigidez en el desarrollo, casi inevitable. El arquitecto predispone cada cimiento, cada columna, muro o ventanal al exterior, pero una vez todos estos elementos arquitectónicos quedan predispuestos, es mucho más difícil su modificación según va avanzando la construcción y el edificio evoluciona de acuerdo a los factores contextuales y problemáticas que siempre afectarán a todo desarrollo dentro de nuestro mundo. Esto puede provocar que algunos elementos internos de la construcción queden en emplazamientos anómalos o indebidos, o hasta que tratar de efectuar una modificación a cierta escala pueda conllevar el catastrófico derribe de algún ala del edificio. Tal proceso es claramente muy diferente en el oficio del jardinero, al que se le permite replantar y diversificar en su jardín, al igual que dejar que las plantas florezcan más por su cuenta, solo fomentando u orientando su crecimiento a través de los riegos y sustratos que bien tenga en gana proporcionarles, o según dónde le parezca plantarlas o qué cantidad de luz deje entrar en el jardín.

Sin embargo, aunque el arquitecto siga un camino diagramático y unos principios estructurales que hacen de base y cimiento de toda la creación, también es perfectamente capaz de dejarse llevar por el desarrollo, solo que para él esta deriva es mucho más dificultosa, o podría decirse más bien “sacrificada”, en diferentes escalas. El escritor-arquitecto puede permitirse “labores jardineriles” con bastante libertad en la microestructura, mientras que (por regla general, siempre a grandes rasgos) se debe al mantenimiento inmovilista de la macroestructura que habría predispuesto para su obra; es decir, puede valerse de su observación en el desarrollo para decidir cómo distribuir el espacio interno y amueblar cada habitación, pero le es muy costoso cambiar la configuración espacial-estructural del esqueleto arquitectónico, derribando muros o columnas que conforman la propia morfología del edificio.

Igualmente, todo planteamiento macroestructural es modificable, pero de una manera mucho más enredada y absolutamente diferente de la que podría ocupar al jardinero. En mi consideración, está técnica procede de forma diferente, partiendo de que tal acto de “reescritura macroestructural” del arquitecto conlleva una vuelta hacia atrás, le lleva retrotraerse a configuraciones diagramáticas que activan y desactivan medidas o proyecciones para la construcción, tras lo cual se deben modificar o derruir ciertas partes (a no ser que no hayan sido materializadas todavía, lo cual sí le permite un mayor grado de libertad), y replantear el nuevo desarrollo en función de los cambios realizados en el diagrama: siempre desde una perspectiva arquitectónica, en lugar de botánica. Además, este método puede servir como una suerte de “bocetismo” a un nivel algo más superficial e intuitivo, que le permite delinear el esqueleto primordial del proyecto como método de observación y poder experimental con él, borrarlo y volver delinear…, tal que una especie de “botón de prueba” o “simulacro analógico” con motivo de testear el proyecto y comprobar el correcto funcionamiento de las redes que estratifican la construcción.

De acuerdo a estas semánticas, sería ilustrativo situar un par de citas del Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga, ejemplo bastante cristalizado y preceptista de lo que representan ciertas nociones arquitectónicas:

No empieces a escribir sin saber desde la primera línea a dónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas”.

Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver”.

Sin embargo, y para terminar este pequeño análisis, recalcar que también existen (como es lógico) preceptivas arquitectónicas más experimentales e innovadoras con respecto a las estructuras, al igual que cada época histórica ha marcado algunas tendencias que han salido más resaltadas o favorecidas, y se han superpuesto ante otras. Concretamente, a partir del siglo XX, especialmente tras las vanguardias históricas, observamos un disparado aumento de la complejización y experimentación en cuanto a los preceptos arquitectónicos más primordiales, que irán cada vez siendo más translucidos y heterogéneos. En este aspecto, según mi punto de vista, los siguientes serían algunos de los rasgos que más pueden representar ciertos aspectos comunes a partir de la época de posvanguardia, y especialmente representativos en la era posmoderna:

1) Construcción y re-construcción del edificio con materiales dispares y heterogéneos, favoreciendo una “estética frankensteniana” y amalgamas con un bajo grado de entropía.

2) Espacio habitable interior subordinado al esqueleto interno o a la configuración externa y visual del edificio.

3) Sincretismo de tendencias estructurales en un mismo edificio y falta de cohesión, orden o estabilidad arquitectónica como eran concebidas tradicionalmente, Ya no hay una presupuestos arquitectónicos oligopólicos ni modelos estables.

4) Utilización de modelos de edificios precedentes para desintegrar sus bases y renovarlos o adecuarlos de forma extrañante, o con una función paródica o irónica: “vinos nuevos para odres viejos”.

5) Construir sobre terrenos anómalos, con un gusto especial por las construcciones ruinosas, los espacios decadentes y lo tradicionalmente antiestético.

Entre otras características que también podrían ser perfectamente remarcables… En cualquier caso, en toda era y tendencia siempre encontraremos una simbiosis de estos dos modelos, a causa de ser polos dicotómicos e ideales, una escisión de un universal complejo, abstracto e indeterminado. Una simbiosis, eso sí, cambiante y nunca equivalentemente compensada, sino que las relaciones proporcionales siempre serán dependientes de su contexto, estableciéndose un polisistema de preferencias que varía en función de ello. Para ilustrar esta explicación teórica, qué mejor que aplicar las características anteriormente observadas en la arquitectura de corte más posmoderno a estas proporciones polisistémicas. De ello, puede entenderse que la posmodernidad es una época en la que la primacía estética la ostentan las labores botánicas, valorándose más la diversificación, la flexibilidad, los principios no absolutos o edificantes, desequilibrio frente a orden y simetría…, lo cual tiende a provocar que esas técnicas jardineriles se adapten a los esquemas arquitectónicos, fomentando los rasgos apostillados en la arquitectura más contemporánea.

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