por Markel Hernández Pérez
Salamanca, 1984. Licenciada en Filología Portuguesa y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, realiza en su tesis doctoral en Filología Hispánica en el ámbito del estudio del bilingüismo literario luso-español en la Universidad de Salamanca, a la vez que trabaja como profesora asociada de literatura brasileña y de lengua y cultura española a extranjeros en la misma universidad.

Como creadora ha representado piezas breves de dramaturgia, ha participado en recitales poéticos, en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos (2016) y dos poemas suyos han sido publicados en sendas antologías. Ha sido finalista en concursos como el Premio de poesía Gerardo Diego (2015), el Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador (2016), el Concurso de microrrelatos Universos mínimos, o el Concurso internacional de poesía Al aire de tu vuelo (2017), entre otros.
La lentitud del liberto (Maclein y Parker, 2018) es su primer poemario y, recientemente, ha obtenido el Premio de Poesía Hiperión 2019 con su obra Autobús a Fermoselle, que se publicará próximamente.
— Frente a tantas definiciones de lo que es la poesía, ¿qué no es la poesía?
— Me cuesta muchísimo responder a este tipo de preguntas. En gran medida porque siempre que me devané los sesos tratando de encontrar alguna definición literaria, cuando creía que la tenía, veía cómo se me volvía a escapar. Cuando uno más se acerca a las cosas, más complejas se vuelven. Al final he acabado sintiendo ciertas tentativas de establecimiento de límites como inútiles. Más aún en nuestro mundo contemporáneo, en que la literatura se ha desbordado y ha saltado por encima de todas las tapias. Así pues, tengo por (¿mala?) costumbre huir de las definiciones. Tengo conflicto con la academia por eso, tengo conflicto con mi faceta crítica por fronteras terminológicas.
En cualquier caso puedo lanzarme a hacer una afirmación sencilla pero relevante, que no sé si enuncio como filóloga, como autora o como lectora, y es que la poesía no es un torrente desbocado de palabras, que nunca es ni será un lenguaje no trabajado.
— Poeta que recomiendas leer más. Poeta que recomiendas leer menos.
— En la primera pregunta hice una defensa de la destrucción de las fronteras. En la segunda me lanzas a los leones… ¡Vaya! ¡Esto promete! ¡Empezamos pronto con las polémicas! Jaja. Creo que en el planeta de la poesía, que es vasto por fortuna, cada uno debe encontrar las palabras que le dicen algo, que le iluminan, los poemas que le ayudan a comprender; en otras palabras, una sensibilidad que entre en contacto con la suya. Yo podría hacer un listado de mis poetas preferidos -ahora mismo estoy devorando una antología de Joan Margarit y hace unos días otra de Cecília Meireles-, pero esto solo hablaría de mí.
En general, lo que aconsejo es leer más poesía y creo que -hago mutis por el foro- nunca habría ningún poeta que recomendara leer menos. Si realmente es poeta, con todas las letras, debe ser leído. El juego del aprendizaje consiste en enfrentarse a lo que nos gusta y a lo que nos disgusta -y romper páginas si es necesario-. Lo bueno -y lo malo- de los poemas es que uno puede olvidarlos fácilmente.
— A pesar de la cercanía geográfica y lingüística, la poesía española no suele mirar hacia el oeste. Por tu vinculación filológica con la literatura portuguesa y brasileña, ¿qué poeta actual de estos países crees que es imprescindible conocer?
— Es muy triste la situación de estos vecinos que viven de espaldas, ignorándose. El amor nos acerca. Yo amo la lengua portuguesa, las culturas lusófonas -quiero incluir aquí el gran descubrimiento que fue para mí hace unos años las literaturas africanas de expresión portuguesa-. En el tiempo en que tuve la oportunidad de residir en Lisboa o en Río de Janeiro, podía estar mucho más al tanto de las novedades, de lo que se estaba gestado en esos momentos. Ahora, a distancia, es más difícil saber lo que sale en editoriales que, tristemente, no venden sus libros fuera de su territorio (¡otra vez las fronteras!). No obstante, poetas en lengua portuguesa que hay que conocer son Ana Luísa Amaral o, los también maravillosos narradores, Valter Hugo Mãe, José Luis Peixoto y Gonçalo M. Tavares. Hay autores ya fallecidos como Sophia de Mello Breyner, Cecília Meireles, Lêdo Ivo o Carlos Drummond de Andrade, que son delicia pura. Mi último hallazgo maravilloso es Daniel Faria, que falleció tristemente en 1999, con algo más de 20 años.
—‘‘Dentro nada / quiebra la calma secular, imperturbable, / de esterilidad, / de varones yermos, / de vírgenes infecundas, / resignadas imágenes de esa vida que nunca fueron’’. En La lentitud del liberto sostienes una mirada hacia la religión como una ruina pasada. ¿La poesía tendría que restaurar ese espacio vacío, conservarlo tal cual o buscar la reconstrucción?
— Creo que la función de la poesía es nombrar lo sagrado. La poesía tiene que venir a nombrar lo sagrado. Pero para poder hacerlo ha de situarse del lado del ser humano, de la vida; y ahí radica la diferencia con la religión que, si fracasa, -como en los versos que citas-, es porque fue incapaz, desde mi punto de vista, de entender la existencia.
— Tanto en el poema ‘Oda al Centro Comercial’ en el que muestras el capitalismo como una nueva religión, como en aquel en el que escribes “asegura tus posesiones, / burgués, // es todo lo que tienes.” Atacas a un lector capitalista o capitalizado, ¿es posible la descapitalización?
— Más que atacar a nadie, -de alguna manera en los poemas con quien se habla es con una misma-, quise poner frente al lector un cierto espejo, algo duro de más. No creo, hoy por hoy, que sea posible una descapitalización -además tendríamos que discutir largamente sobre el significado de ese término-; no obstante, una, enfrentada al mundo, puede fundirse con él y hacerlo propio, internalizarlo, o bien enfrentarlo. Se puede elegir la resistencia íntima. Son posibles los rincones, las murallas y la mirada diferente, que hace estallar lo conocido.
— ‘‘Sostenerse en esa coma / en esa ausencia / en la pausa de la oración / en el suspiro / en el instante de tomar aire / para recomenzar’’. Como filóloga que eres, la reflexión sobre el lenguaje está presente en tu obra. ¿Hasta qué punto puede el lenguaje depender de la comunicación con el lector? ¿La forma de un poema tiene que corresponderse con su contenido?
— Ese que citas es un poema con una sola coma, que sirve de asiento al que llega hasta ella, como una manera de darle presencia, corporeidad, al silencio. El lenguaje me permitía colocar esa silla gráfica para el lector -y al lector hay que darle todo lo que uno pueda, que al fin y al cabo es un invitado en nuestro hogar-.
Creo que en la poesía, en general, las cosas no ‘tienen que’. El lenguaje es una herramienta, es la herramienta que sirve para transmitir nuestros mensajes y cada poeta es libre de usarlo como necesite. A veces es preciso cargarlo todo de sentido, hasta la propia forma del poema, en busca de la eficacia, con el fin de que las vísceras de quien lee -nunca su cabeza- comprendan.
— ‘‘Murmuran por las calles que hay otra ciudad en París, / sucia, oscura, subterránea. // Un inframundo lejos de toda luminosidad’’. En los poemas de viajes escribes desde lo subterráneo de las urbes que habitas y retratas aquello a lo que la gente no suele atender. ¿Has visitado también “lo subterráneo” de Salamanca? ¿Qué has encontrado?
— En esos poemas ya ha ocurrido aquello que se teme y que se ignora: las cloacas han ascendido. Hay ciudades ciertamente más inhóspitas que otras, menos pensadas para la vida, para sus habitantes, para todos ellos. En ese sentido en Salamanca aún se respira mejor que en las megalópolis; a pesar de que aquí la oscuridad puede ser otra, de otro tipo. Pero esto ya merecería otros poemas.
Hablar de lo subterráneo en Salamanca me lleva a pensar que hace poco visité el Pozo de Nieve y entré en unos túneles que recorren la ciudad desde el subsuelo. La utilidad que tuvieron hace siglos aún no está clara, así que son puro alimento para la imaginación. Ahora me gusta más caminar por la ciudad, pensando en la vida que pudo haber abajo.
— ‘‘En quién te convierte / el mundo / que te habita’’. Dentro de tu escritura general, hay igualmente hueco para el poema breve, el que se estructura en torno al silencio. ¿Se respeta el silencio lo suficiente en la poesía de hoy?
— El silencio no se respeta en parte ninguna, y yo suelo necesitar parar, bajar un par de marchas. Es que soy muy lenta. La lentitud del liberto es la mía. En poesía suele gustarme que se alternen composiciones largas y cortas, me gustan esas dimensiones distintas. Es que, más allá del sentido de la forma, en cierto modo me abruman los poemarios que son riadas de palabras, los comienzo con cierto recelo. Si esto es así es porque siento que necesito el tiempo que la pausa deja para que se posen en mí los versos. Me gusta lo que queda después de la palabra.
— La lentitud del liberto termina con una poesía que se aleja de lo urbano y mira hacia el campo, tema del que partes en Autobús de Fermoselle: “Esta vida se les va llenando de vacíos”, retornando a la familia, la infancia y al territorio de origen. Poco a poco, la poesía ha comenzado a vindicar la España vaciada. ¿Hay un exceso de poesía urbanita?
— Bueno, supongo que uno escribe desde su lugar, su lugar real o el que siente como suyo. No sé si hay un exceso de ‘urbe’, -que, teniendo en cuenta lo anterior, podría parecernos lógico-, el exceso que sí percibo es el «exceso de centro». A mí me encantan los márgenes, todo lo interesante sucede siempre en ellos. En cualquier caso, respondiendo a tu pregunta, creo que la idea, más que girar en torno a la oposición ciudad/campo, aunque tome este último término como metáfora, plantea más bien la defensa de lo natural -frente a lo artificial o inhumano-, de aquello que es propio de los hombres, de su esencia.
—¿Cuál es el lector ideal que buscarás en Autobús de Fermoselle?
— Me gusta esta pregunta, porque me obliga a pensar algo sobre lo que no había reflexionado abiertamente. En realidad creo que no existe para mí un lector ideal, porque no puedo imaginar sin rostro. Creo que cuando escribo siempre pienso en mi familia más cercana -también son los primeros lectores-, porque los poemas son una manera de explicar mis propias experiencias, de explicarme a mí misma.
— El Premio de Poesía Hiperión es uno de los pocos grandes premios de poesía donde no hay mano oscura. ¿Qué opinas de la “casta” de poetas que se está creando a partir de los premios de literatura?
— Hay muchos premios literarios, en realidad demasiados, y de todo tipo, como para que podamos señalar solo una casta. Hay instituciones o reconocimientos que buscan su propio prestigio premiando a personas reconocidas -lo cual es un absurdo en sí mismo-; otros buscan lo comercial en vistas a vender lo más posible; otros no trascienden y las obras que premian caen al olvido; algunos, los menos, dan a conocer autores desconocidos. Estos son los mejores, claro. Obviamente en el mundo literario, como lamentablemente en otros, los amigos trazan círculos, se aplauden mutuamente y ¡se incluyen unos a otros en antologías! A mí no me interesan esas cosas, la literatura siempre me ha merecido un gran respeto y nunca diría que algo me gusta por quedar bien.
— Además del verso, has representado varias piezas breves de dramaturgia. ¿Cuándo se representaron? ¿Qué línea de teatro proponías?
— Se representaron en Salamanca, en la Malhablada y en La Manolita, y una de las piezas fue seleccionada para ser representada en Barcelona el año pasado, durante el mes de junio. Son comedias, humor negro. Es un mirar al mundo que nos rodea poniéndolo frente a los espejos de aquel otro callejón del gato. Algunas de sus ideas podrían complementar a los poemarios, solo que en lugar de metáforas, ofrecen una distorsión desfigurada que hace reír a todos, pero a carcajada limpia solo a los más inconscientes. La deformación grotesca nos hace ver todo más claramente, como la caricatura, donde la realidad se nos presenta de forma más transparente. Es un fenómeno muy curioso.
— Por último, en Apostasía proponemos la figura del escritor apóstata, aquel que intenta olvidar el pasado para no sentir su carga, desprenderse de la herencia de la Ilustración, del grito del romanticismo, el que conserva las palabras muertas del Modernismo y la máquina sin batería de las Vanguardias y que intenta concluir el Posmodernismo; puede haber tres: el apóstata abolicionista (que necesita destruir toda la tradición anterior para crear), el pragmático (que se apoya en su canon individual para construir su propia concepción de literatura), y el antiapóstata (el que, no sólo intenta mantener en pie las columnas de la ruina, sino que intenta restaurarlas). ¿Te sientes identificada con alguna de estas posturas?
— Creo que me hago una idea de por dónde caminaría yo de manera consciente. Sin embargo, me abstengo de responder puesto que inevitablemente somos desde otros y no es tan relevante lo que yo pretendo hacer como lo que realmente consigo, según lo confirmen o no las lecturas. Nunca me he sentido identificada con los que alardean de hacer cosas ‘diferentes’: nosotros escribimos y los demás serán quienes, quizá, se sorprendan y lo llamen ‘nuevo’. Otros vendrán que nos dirán quién somos. Vosotros vendréis y me diréis quién soy

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