por Alejandro Fernández Bruña



En esta escena de El hombre elefante de David Lynch[1], que trata el proceso de aprendizaje de un monstruo (mitad elefante mitad humano) así como de las dudas de si ese aprendizaje era científicamente posible o no, una famosa actriz visita al Hombre Elefante atraída por la curiosidad y por un fuerte sentimiento de humanidad y de fraternidad. Y es que toda la sociedad había condenado al protagonista por su amorfismo y su incapacidad para hablar y expresarse: todos querían verle pero nadie quería tocarle o hablar con él. Tanto es así, que a lo largo de la película ni siquiera se le da un nombre y un apellido al personaje, permanece como un ente innominado e innominable. Únicamente se refieren a él (en realidad lo hacen como si fuera ‘ello’, tratándolo como una cosa, como un ser-en-sí y no un ser-para-sí) por su nombre de circo, que no es más que la caricaturización de la característica más anómala y risible del pobre hombre. Y la actriz acude a su habitación porque es capaz de ver más allá de la superficie rugosa del monstruo, es capaz de intuir lo que hay detrás de esa piel de elefante. Él no era tonto, simplemente no había tenido la oportunidad de ser listo. Nunca tuvo amigos que lo ayudaran, solo dueños.
Cuando entra en la habitación, El Hombre Elefante estaba ocupado construyendo una maqueta de un edificio en su escritorio. Acto seguido, la actriz pregunta al protagonista si está reproduciendo la catedral que hay en frente de su casa (es decir, si está ‘copiando el original’ o ‘volviendo a hacer presente lo que antes hizo otro’), a lo que él responde que no, pues él tiene que hacerla imaginándosela, no viéndola (es decir, tiene que ‘producir algo, darle el primer ser’). Desde su ventana tan solo podía ver una torre, una pequeña parte de todo el conjunto: no tenía conocimiento del puzle entero, solo de algunas piezas aisladas. Partiendo de esa punta del iceberg, El Hombre Elefante debía deducir el 90% restante que yacía bajo el agua, fuera del alcance de su ventana.
La torre que ve el protagonista desde su habitación equivale a eso que Fernández Mallo denomina partes duras, que son aquellos restos arqueológicos (huesos) que sobreviven al paso del tiempo y desde los cuales los arqueólogos han de deducir a posteriori las partes blandas ausentes (cartílagos…) de los restos. El Hombre Elefante se tiene que inventar la parte ausente de la catedral, extrapolando de la torre sus características formales para aplicarlas a unas piezas aun inexistentes. El resultado es que tanto los restos (la torre, los pináculos… que ve desde la ventana) como lo inventado (los cimientos, columnas, contrafuertes, el interiorismo de la catedral…) se suman para conformar una unidad orgánica en la que la invención cobra el mismo valor que los restos palpables, visibles…
Pero la verdadera pregunta es si preexiste el elemento al conjunto, si se puede llegar a la catedral real, a la totalidad, únicamente desde el fragmento visible de la torre. ¿No era el conjunto el que determinaba sus partes constituyentes? ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿La red o el nodo? ¿Es posible partir de un elemento (una pieza de un puzle que muestra un trozo de mar) para llegar al conocimiento del conjunto, a la unión de dichos elementos (el barco que navega, la casa junto al río…)? ¿O partir del elemento induce al error, ya que a lo mejor lo que vemos no es coherente respecto a lo que no vemos? Lo que sucede es que cada elemento constituyente tiene un porcentaje de información del conjunto, del mismo modo que cada célula de nuestro cuerpo porta el ADN al completo.
[1] Este curioso bildungsroman se desarrolla de un modo similar al Frankenstein de Shelley. Ambos personajes están condenados por la naturaleza híbrida de su nacimiento (que tendrá consecuencias físicas: sus respectivas apariencias monstruosas, que permanecerán como un estigma imborrable), lo que les hace ser inferiores en una escala animal, por lo que se vuelven esclavos de unos humanos que los exponen ya sea en un circo o en un simposio de científicos. Tanto Frankenstein como El Hombre Elefante se ven obligados a aceptar por su experiencia personal la maldad como el cimiento de la sociedad, pues todos quieren utilizarlos y aprovecharse económicamente de ellos, a costa de su sufrimiento. Ante esta situación de injusticia, Frankenstein optará por la violencia para equilibrar la balanza, mientras que El Hombre Elefante optará por la confianza en la bondad del Dr. Frederick Treves (Anthony Hopkins).

Deja un comentario