por Pablo Enguita Fontecilla
Según la RAE, “parodia”, sustantivo femenino, se define como “imitación burlesca”. El verbo “parodiar’’, en su segunda acepción, se presenta como sinónimo de “remedar”. Finalmente, “remedar”, también en su segunda acepción (y la más cercana al sentido moderno de parodia), se entiende como “seguir las mismas huellas y ejemplos de otra persona, o llevar el mismo método, orden y disciplina que ella”.
La base de la parodia es, inicialmente, la burla o sátira; ya dirigida hacia personas, procesos o categorías artísticas. Con esta intención se escribieron obras magnánimas como La Celestina (parodia del amor cortés personificada sobre todo en el personaje de Calixto), El Quijote (parodia del género de novelas de caballerías) o la vertiente lírica inglesa dieciochesca conocida como mock-epic (parodia de la poesía épica o heroica, dentro de la cual sobresale el poema The rape of the lock de Alexander Pope, donde se relata, bajo un grandilocuente estilo, radicado en los poemas homéricos, el rapto de un mechón de pelo de una dama como si fuera la más elevada de las hazañas).
Es interesante cómo la parodia ha evolucionado y sobrevivido hasta nuestros días, comúnmente ligada a la sátira y el humor. Ejemplo de esto son las numerosas imitaciones o sketches llevados a cabo por agrupaciones como Monty Python o, a un nivel inferior (no por manchego), de los españoles Joaquín Reyes o José Mota. Sin embargo en el presente artículo nos centraremos en la parodia como método creativo, es decir, en su aplicación a los principios de un determinado género literario o audiovisual, subvirtiéndolos (concepto absolutamente posmoderno), para crear una nueva concepción o visión de los mismos.
Es aquí donde entra en juego el shonen, género literario (manga) y audiovisual (anime) japonés, dirigido generalmente a un público masculino y joven, caracterizado por la presencia, casi a partes iguales, de la acción y el humor. Otras características reseñables del género serán el ensalzamiento de la amistad y el compañerismo, la presencia de personajes femeninos tan atractivos como poderosos y la caracterización del personaje protagonista como un verdadero zoquete, con un carisma sin explotar que irá perfilándose a lo largo del desarrollo de la obra.
Seguramente los lectores más jóvenes (incluyendo con descarada soberbia mi generación) se sentirán familiarizados con estos conceptos y les hayan venido a la mente animes como Dragon Ball (considerado el padre de los shonen), Naruto, One Piece, Shingeki No Kyojin, Sword Art Online, Bleach o Saint Seiya (por enumerar unos ¿pocos?). Mención aparte merecen los shonen más infantilizados, denominados kodomo, como los celebérrimos y eternos Pokémon y Digimon.
Todas estas series animadas comparten, en mayor o menor medida, las características antes mentadas. Goku, Naruto o Luffy son (lo digo sin miedo a equivocarme) verdaderos patanes, caracterizados por su limitada inteligencia pero infinita bondad y compañerismo, glotones pero generosos con quien les rodea, arquetipos juveniles no muy desarrollados que van, paso a paso, convirtiéndose en héroes omnipotentes con base en valores como la amistad, la lealtad o el trabajo en equipo. En cuanto a las mujeres que los rodean, la cultura japonesa parte de un radical machismo incomparable al marco europeo actual, lo que lleva a presentar a los personajes femeninos más capaces como focos de belleza al mismo tiempo (C18, Sakura o Nami son algunos ejemplos, por seguir con los tres animes mentados hasta ahora).
Sin embargo el aspecto más interesante (y parodiable) de los shonen es su simplísima estructura: el protagonista irá derrotando, junto con sus amigos, a una serie de enemigos, a cada cual más poderoso, hasta lograr su objetivo final (normalmente identificado con el ascenso a una posición de poder, sempiterna fantasía masculina y patriarcal, como la aspiración de Luffy de ser el “rey de los piratas”, el famoso “Kaizoku ou ni ore wa Naru”, “Yo voy a ser el rey de los piratas”, o el sueño cumplido y ahora “spoileado” de Naruto, quien logra convertirse en el Hokage de la Villa Oculta de la Hoja).
Este leit motiv es constante en todos los shonen, dotándolos de su esqueleto y principal soporte narrativo. Así, el protagonista y sus compañeros irán (en un evidente símil con el proceso de maduración y paso de la etapa adolescente a la adulta) aumentando su poder y conocimiento sobre sí mismos, adquiriendo habilidades emocionales y físicas cada vez más complejas a la par que los enemigos (u obstáculos) se hacen más complicados de superar. La enseñanza moral de los shonen queda entonces meridianamente clara: solo las dificultades nos moldean y obligan a madurar, pero pueden superarse con voluntad y la ayuda de quienes amamos.
¿Y dónde encaja la parodia tras estas 758 palabras de introducción y definición de conceptos totalmente prescindibles por consabidos entre todo aquel post-boomer? En el nuevo manga y anime shonen One Punch Man, en proceso de publicación y emisión desde 2009, llegado para destruir (y revitalizar al mismo tiempo) el género.
One Punch Man narra la historia de Saitama, un “héroe por diversión” (y aburrimiento) capaz de derrotar a cualquier clase de abominable monstruo o temible enemigo con tan solo un puñetazo (de ahí el título de la serie). ¿Y por qué una trama tan simple resulta a la par tan genial y subversiva? Por su (ahora sí) parodia de la estructura narrativa antes mentada del shonen, por su osadía al romper con los esquemas tradicionales de confección del género. Para que nos hagamos una idea, sería algo parecido al hecho de que en un thriller no hubiera asesino o giros de guion, como si una comedia romántica no acabase con Adam Sandler pletórico y todos los personajes felizmente emparejados, como si el argumento de una película de terror versase sobre la ausencia de papel higiénico en el peor de los momentos (aun con lo terrorífico que esto resulta en la vida real). Veremos a continuación como One Punch Man parodia (desde el humor más evidente hasta la complejidad menos visible) y con ello subvierte los principales motivos temáticos del shonen tradicional.
En primer lugar, Saitama (al contrario que Luffy o Naruto) no pose ninguna aspiración, motivación o sueño en especial, tan solo el deseo de combatir el aburrimiento, por lo que decide hacerse héroe no por pasión o imperativo moral, sino por puro hobbie. One Punch Man ridiculiza así las ilusiones de grandeza y elevadas metas de los shonen; su personaje principal no es más que una persona corriente que, tras no encontrar trabajo, decide combatir contra las criaturas que amenazan la humanidad.
Este es otro de los aspectos interesantes. La serie no esconde detrás de una enarbolada trama los obstáculos o enemigos: el mundo de One Punch Man está continuamente asolado por innumerables monstruos que, sin más razón que la de servir de motor a la historia para enfrentarse con el protagonista, asolan la humanidad a diario. De este modo parodia la creación, aparición y motivaciones de los villanos tradicionales, reduciéndolos a su elemento primordial: el arquetipo de monstruo, intrínsecamente malvado, cuya única función es la destrucción sin justificación moral o meta de ningún tipo. Desde Drácula o Frankenstein, pasando por Godzilla, toda criatura tenía un background o trasfondo que podía, hasta cierto punto, hacer comprensible su comportamiento. Esto no ocurre en One Punch Man, donde un descarado maniqueísmo deja en evidencia la construcción de todos los relatos heroicos anteriores (que enmascaraban la dicotomía y enfrentamiento bien/mal bajo numerosas capas, intentando hacerlo menos evidente, aun cuando siempre supimos que el héroe terminaría por vencer incluso bajo las más adversas circunstancias).
Es también reseñable el método por el cual Saitama alcanza su poder (recordemos: es capaz de vencer a cualquier enemigo asestando un único golpe). Mientras que en los shonen anteriores el personaje iba creciendo y mejorando tras derrotar a los consecutivos enemigos o adversarios, One Punch Man parte in extremis, es decir, por el final. Saitama es ya, desde el primer capítulo, el hombre más poderoso sobre la tierra. No le es necesario mejorar, pues ya ha alcanzado su límite (no es capaz, desesperado, de encontrar un adversario con el cual competir en digna contienda). Se parodia así uno de los elementos narrativos más desgastados del shonen: la continuación del relato exige continuamente, mientras se desarrolle, nuevos enemigos, cada vez más poderosos, que hagan del héroe un personaje más poderoso al vencerlos, terminando por (si la serie se alarga demasiado) caer en una absurda “ascensión paulatina del poder”. Observamos claramente este desgaste en Dragon Ball Super, aún en emisión, donde Goku continúa fortaleciéndose sin límite, llegando al extremo de inverosímiles destrucciones planetarias y adquisición de innumerables habilidades, una tras otra, frente a recurrentes enemigos sin fin (ora Dioses de la Destrucción ora de la Muerte).
Decíamos que era interesante el proceso por el cual Saitama adquirió su poder, y lo hace, de nuevo, parodiando el método de entrenamiento de los shonen. Mientras que en otros ejemplos del género como Naruto los nuevos poderes y habilidades se adquieren a través de un arduo entrenamiento (que conlleva capítulos y capítulos en el anime), Saitama, según sus propias palabras, obtuvo su poder tras un entrenamiento de un año, en el cual diariamente realizaba cien flexiones, cien sentadillas, cien abdominales y corría diez kilómetros (hipérbole a todas luces hilarante). Además, añade que la parte más difícil del proceso (y la clave para completarlo) fue no enchufar el ventilador en verano y no encender la calefacción en invierno. La parodia se completa (y redondea) con el humor: Saitama, tras su curioso entrenamiento, termina por quedarse calvo (característica física principal del héroe y motivo de mofa continua en la serie). ¿Se trata esto de una burla a los largos cabellos característicos de cada nivel de poder saiyan de Dragon Ball? Probablemente sí, y resulta absolutamente genial.
Finalmente, no ya como elemento parodiable sino como trasfondo existencialista, el hecho de que Saitama, desde el inicio, se postule como el hombre más poderoso sobre la tierra conlleva una especie de maldición: el aburrimiento. Incapaz de encontrar a un adversario que soporte uno solo de sus golpes, Saitama cae en la abulia y desgana, en una especie de “depresión del poder”. Para alguien que se convirtió en héroe por pasatiempo resulta extremadamente frustrante que la “diversión” dure tan poco. Es por ello que Saitama acaba llevando una vida monótona, basada en los pequeños placeres que él mismo selecciona: los videojuegos (en los cuales, irónicamente, suele perder), los baños de agua caliente o el día de rebajas y ofertas en el supermercado (una de sus mayores preocupaciones semanales).
Como hemos visto, One Punch Man constituye, a un mismo tiempo, la parodia del shonen tradicional y el inicio del shonen moderno al mismo tiempo. Ante unas estructuras narrativas y temáticas obsoletas, la serie propone bajo los principios paródicos (humor y sátira) un nuevo enfoque del género, punto de partida para las creaciones futuras, que habrán de sortear bien las obsolescencias tradicionales (como el proceso evolutivo del héroe) bien las incoherencias contextuales (One Punch Man incluye, por ejemplo, muchos más personajes femeninos relevantes que sus homólogos precedentes) para lograr un contenido original y adaptado a los nuevos tiempos.

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