Tal vez, si no existiera el reverso de los días
donde las sombras abisales articulan
el secreto diorama de los sueños,
no hubiera conocido tus maneras
de incólume viajero a quien no basta
con tocar la amplitud del meridiano.
Sabes que fondear en la rada es dar la espalda
al horizonte; inmarcesible el viento
que te aleja de aquella tapia conocida,
aún caliente del hogar y es Quirón
invocado un exótico fruto a la espera,
cuyo imperio en ti nace intermitente
así como la herencia de la sombra reina
sobre tu paso, ajeno a la luz y sus costumbres.
Tal vez, si fuera cada noche último espectro
del aire que te evoca con tanta ligereza
daría sepultura y bendición a este ingrato
oficio de altas cumbres -si tus valles osarios-
ceñido a la gabarda florecida, tan próxima
al engaño, si bien la palabra no responde
fielmente a la justicia de la historia
para mejor narrar lo acontecido
y no vivir por mitigar el duelo,
que tantas veces el indulto me ha negado.
por María Eugenia Motilla

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