por Vega Sánchez Aparicio

Acorde a la reescritura del aforismo de Gertrude Stein que proponemos en el título de estas líneas, la obra errante de Cristina Rivera Garza manifiesta la entelequia de la repetición. Por un lado, la autora examina el potencial expresivo del lenguaje hasta transformarlo en un ente dúctil, depurado de convencionalismos, que arrastra la palabra hacia su propio límite para traspasarlo. Por otro, sus bosques textuales conforman una cadena de variaciones donde se dan cita la escritura en comunalidad, atravesada por líneas muertas, y la colindancia, el libro procesual y no sujeto a un estado definido. De ahí que, por ejemplo, su trabajo de investigación sobre el Manicomio General La Castañeda devenga en una obra bicéfala: el ensayo a partir del documento histórico, y una novela, Nadie me verá llorar (1999), su hermana gemela, como ella misma la denomina.

   En relación con ese interés por la obra inconclusa, la autora asume el repropósito[1], con el que provee a las formas de un planteamiento-otro. En este sentido, su novela Verde Shanghai (2011) ha de ser entendida como una reconsideración del libro de relatos La guerra no importa (1991), construida mediante de un collage de voces, ajenas y propias, que exteriorizan y nutren los vínculos entre los textos. La reescritura que propone Verde Shanghai desecha la copia mimética de los textos o una mera adaptación, de forma que los relatos aparecen intervenidos estableciendo una relación con el fragmento como archivo autoapropiado, integrado y sampleado en el discurso. Sin duda, este mecanismo creativo responde a una intención de la obra “en-proceso-perpetuo” [2] (que señalara Rivera Garza para otra de sus propuestas), además de un tratamiento de la escritura como materia, inherente a la escritura conceptual, y que ha resultado favorecido por la lógica de la escritura y lectura en red, así como por la maleabilidad del texto digital.

  La articulación de la palabra vertebra, entonces, su proyecto creativo. A este respecto, tanto la narrativa como la poesía de la autora y, por ende, sus obras más ensayísticas y teóricas, dentro y fuera de los medios digitales, suponen un inagotable escrutinio que incide en el fracaso comunicativo del lenguaje. Si bien la ficción le permite cristalizar ese rastreo de un modo más palpable, en sus libros de poemas la búsqueda se expresa a través de la amplitud de los significantes o de su equívoco. Así, en La más mía (1998), su primer poemario, la convalecencia de la madre origina una experiencia de verbalización donde el yo y el poéticos se fusionan en una entidad-otra, en una matergrafía, que también ha apuntado María Ángeles Pérez López[3]. Del mismo modo, en Ya no vivo aquí, el sujeto transmuta en un nosotros de la memoria y este en cuerpo textual cuyo lugar es la escritura; es decir, una pérdida. Sin embargo, será en ¿Ha estado usted alguna vez en el mar del norte? —compilado en Los textos del yo (2005), junto a las anteriores plasticidades del sujeto— donde Rivera Garza, por un lado, construya un yo-soy-otras a través del poema bajtiniano y multifocal y, por otro, transgreda la naturaleza genérica de un texto concebido blogísvela[4], esto es, ciberescritura nativa.

   Se deduce, por tanto, la intención bífida de las obras, esencia de La muerte me da (2007) —poemario y novela—, así como una reformulación de las categorías, advertida tanto en El disco de Newton. Diez ensayos sobre el color (2011), composición ensayística, entre el aforismo y el poema, construida a base de infinitivos que apelan al color y donde este deviene en concepto, como en Viriditas (2011). Este último, además, no podría entenderse como una mera adaptación al papel de la serie “Un verde así”, publicada en su blog No hay tal lugar. U-tópicos contemporáneos, entre los meses de junio y julio de 2010, sino como una transmutación o transferencia semiótica del espacio digital a la letra impresa.

   En la blogoescritura, las piezas ofrecen un ejercicio textovisual de escritura generativa, a partir del verde de las imágenes, donde la autora combina las estrategias del conceptualismo con los recursos de la web 2.0. Rivera Garza interviene la inmaterialidad de la palabra digital, manipulada en su potencia gráfica, mediante las opciones de formato, tintándola a través del código, y volviéndola imperceptible sin la interacción del cursor. En Viriditas, sin embargo, la escritura, que ya no se ofrece acompañada por todas las fotografías y está exenta de la acción directa de los comandos, articula la estrategia conceptual desde las marcas y cicatrices del ciberespacio, esto eso, a través de su posibilidad postdigital, En palabras de Roberto Cruz Arzabal: »el libro es una bitácora que crea un efecto de presente perceptivo mediante la narración y descripción de objetos y sucesos, al tiempo (que) es un artefacto híbrido en tanto que relaciona, sin aparente mediación, fotografías y escritura literaria, ello sin dejar de evidenciar que se trata de un objeto que tuvo su origen en una bitácora electrónica».[5]

    Con respecto a su obra narrativa, si existe una constante que la atraviese, esta corresponde a la curiosidad, es decir, al deseo de saber, que, aun originado desde el pensamiento, no busca darle un sentido textual sino visibilizar las complejas formulaciones de la escritura. A pesar de que la persecución funciona como desencadenante de la historia, a medida que el relato avanza, los acontecimientos se desplazan a un nivel secundario y la preocupación tanto estética como ética por el acto de nombrar se transforma en el elemento preferente. No obstante, los textos de Ningún reloj cuenta esto (2002) e incluso de la novela Nadie me verá llorar proporcionan, en buena medida, narraciones menos crípticas y experimentales que su corpus posterior. De hecho, sin abandonar la idea de lo real-no-real, la secuencialidad quebrantada, o la prosa cruzada por el documento, mantienen al lector en una cierta hilaridad de los hechos narrados. Así, en Nadie me verá llorar, el relato de la locura no llega a subordinar por completo la investigación sobre Matilda Burgos.

     Sin embargo, la publicación de La cresta de Illión (2002) supone un cambio del paradigma narrativo en la creación de Rivera Garza. La autora arruina las tramas y se impone el hermetismo de una prosa connotativa que aniquila las expectativas del lector, confrontado su entendimiento hasta el después de las obras. Sirvan como ejemplos la ambigüedad entre lo real ficcional y lo imaginado en La cresta de Illión, el relato de un silencio en Lo anterior (2004), la persecución de ausencia en La muerte me da (2007), la incógnita esfumada en El mal de la taiga (2011) o la búsqueda de un personaje que se sabe múltiple en Verde Shangai. Su narrativa se expande en caminos heterogéneos y convierte en lenguaje todos los elementos de la narración, desde el contexto hasta los protagonistas, que aparecen transnominalizados en función de sus características ficticias y, en consecuencia, volubles. De ahí que, de nuevo, el fracaso de lo comunicado domine los relatos y que los libros se conviertan en bosques poblados de personajes arbóreos, cuya existencia resulta únicamente un pretexto narrativo. Por tanto, “sus historias son divagaciones sin pies ni cabeza”[6], como subraya uno de los interlocutores de Lo anterior, y lo anecdótico se diluye en ese espacio de la colindancia donde residen el “adentro” y el “afuera” del texto, además de estos seres imposibles.

   Pero la narración polifónica de Rivera Garza no solo se nutre de estas voces conscientes de su muerte en la letra escrita sino también de otros cadáveres textuales que la atraviesan y determinan su condición comunal. Las piezas que integran esta escritura se desplazan desde el texto de origen para adquirir otro sentido, produciéndose, por tanto, una serie de recontextualizaciones nunca definitivas, algo que le sucede, por ejemplo, a los fragmentos de Alejandra Pizarnik en La muerte me da.

5) El padre, que tuvo que ser Tiresias: ¿y sabías tú, Cristina, que Polimnia y Apolo avisaron a Tiresias en su última noche para decirle que él era una historia y que las historias no acaban nunca y que las historias crean a los dioses y a la poesía, nunca al contrario? ¿Lo sabías?

6) Flota en el río: y todo lo que hace a final de cuentas. Flotar en el río. Lo cual produce el río y el flujo del río.

7) Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados? ¿y te das cuenta, Cristina, de que estamos rodeadas de álamos? Son tan hermosos, ¿verdad? Sin duda. Lo son. Hermosísimos.[7]

    Es en este sentido de los textos construidos con otros donde se fragua la idea de una “comunidad esporádica”[8] de creación tanto off como online. De ahí la escritura de una blogsívela, es decir, un montaje narrativo que sigue las pautas de la blogoficción pero que se aleja, en gran medida, del elemento de la máscara avatárica analizado por Daniel Escandell[9], pero que se orienta mediante los comentarios e incursiones de sus propios lectores en la blogosfera. Pero, más aún, ¿cómo leer una obra, renovadora del concepto de saga, cuyos personajes transgreden los límites electrónicos y analógicos, como es el caso del universo creado desde La muerte me da? Sin duda, su estrategia de lectura estriba en la narración transmedia, desarrollada y conceptualizada por Henry Jenkins, donde la ficción se disemina en diversos medios y soportes, y requiere la búsqueda atenta del público para ser descubierta en su totalidad.

    ‘‘Una historia transmediática se desarrolla a través de múltiples plataformas mediáticas, y cada nuevo texto hace una contribución específica y valiosa a la totalidad. […]. Cada entrada a la franquicia ha de ser independiente […]. El recorrido por diferentes medios sostiene una profundidad de experiencia que estimula el consumo. La redundancia destruye el interés de los fans y provoca el fracaso de las franquicias’’.[10]

    En el año 2007, la desconocida autora Anne-Marie Bianco publica el poemario La muerte me da, obra de carácter conceptual cuyos textos escrutan el lenguaje, uniendo palabra y cuerpo, escritura y muerte. Posteriormente, en ese mismo año, aparece una novela de título homónimo, de Cristina Rivera Garza, donde incluye el texto de Bianco posiblemente atribuido al asesino serial de la trama. Uno de los protagonistas, la Detective, participa en una sucesión de casos frustrados dentro del libro de relatos La frontera más distante (2008) y en la novela El mal de la taiga (2012). Asimismo, una figura diminuta que interactúa con los personajes de las narraciones protagoniza Las aventuras de la Increíblemente Pequeña, un conjunto de composiciones textovisuales, que Rivera Garza denominó fotonovela. Dentro de su blog, No hay tal lugar. U-tópicos contemporáneos (2004-), la autora recupera el avatar de la Detective y otros personajes, en un juego de identidades que añaden nuevas perspectivas al mundo narrativo. La muerte me da se convierte, por tanto, en una obra que supera las fronteras de los formatos, y cada fragmento textual aparece diseminado a la espera de un lector no solo activo sino, sobre todo, alerta.

    En este contexto de trabajo con los medios digitales, podemos situar @EstacionCamaron, la tuitcrónica que Cristina Rivera Garza publicó en el magma de datos de Twitter del 19 al 21 de abril de 2016 dentro del marco de las actividades del Primer Festival de Literatura Digital, organizado por la Secretaría de Cultura, a través de la Coordinación Nacional de Literatura de México. Estas jornadas, fundamentalmente llevadas a cabo en la red social, contaron con la participación de otros autores como Alberto Chimal, José Luis Zárate o Alberto Ruy-Sánchez cuya obra, como en el caso de Rivera Garza, apuesta por una vertiente digital que interroga el encuentro entre la literatura y las tecnologías de la información y la comunicación. Sin embargo, y pese a que la obra de Chimal, por ejemplo, se interesa, entre otras cuestiones, por la función del autor o la participación de los lectores en Twitter, el trabajo de Rivera Garza proporciona una mirada crítica que, desde los propios medios, abarca las relaciones de poder dentro y fuera de la escritura. Esta tuitcrónica, que ya no podemos asumir tampoco como una crónica volcada en Twitter sino como una composición simbiótica con la red social, emerge como responsabilidad ética ante las violencias simbólicas ejercidas en los textos, desde los textos y en los espacios representados en ellos, y lo hace asumiendo las acciones y los efectos del entorno digital. El relato que Cristina Rivera Garza presenta a través de Twitter, en @EstacionCamaron, recoge la experiencia del viaje de la autora al que fuera llamado “el triángulo del algodón” en el estado de Nuevo León, región fronteriza del norte de México. A medida que avanza el relato, la autora ofrece una lectura relacional atravesada tanto por los afectos como por los discursos de dominación que imperaron en el espacio de Estación Camarón como paraje físico, en este caso, pero también aquellos que se insertan tanto en la propia escritura como en el ámbito virtual de Twitter. De este modo, el texto se articula mediante la presencia de otros relatos, en una suerte de escritura colectiva o, concretamente, comunal, que convoca en el mismo instante de la enunciación los fragmentos textuales subyacentes detrás de cada creación literaria, algo que la propia Rivera Garza ha denominado “poéticas de la desapropiación”[11].

   En suma, tras este recorrido, se hacen evidentes los problemas para categorizar estas textualidades apoyadas en el potencial de “transmutación”[12] de la literatura. Ubicada según Celso Santajuliana y Ricardo Chávez Castañeda dentro de la “generación de los enterradores”[13], Cristina Rivera Garza apuesta por una escritura velada y de fronteras maleables. De ahí que, en ciertas ocasiones, el discurso se contagie por el “afuera” y el “alrededor” de la autora y que confirme la naturaleza hiperconectable del acto creativo, un “pensamiento libre” y “errático” defendido por José Luis Brea[14]. Por otro lado, el empleo de los medios digitales no solo como dispositivos de producción sino también como plataformas experimentales y “tecnologías de la disensión”[15] conlleva un análisis de la contemporaneidad manifiesta en las formas creativas del presente. Mostrando que toda escritura digital o analógica aparece cruzada por dinámicas afectivas, Rivera Garza deja al descubierto la maquinaria tecnolingüística que modula los textos.


[1] Cristina Rivera Garza, “RE”. No hay tal lugar. U-tópicos contemporáneos, 18 de abril, 2012. http://cristinariveragarza.blogspot.com.es/2012_04_01_archive.html#148974414527280376. Bajo el término ‘repurposing’ presentaba el escritor Kenneth Goldsmith, en su ensayo Escritura no-creativa (2011), la reutilización de materiales anteriores con el fin de proveerles otros significados en una creación nueva (En: Kenneth Goldsmith, Escritura no-creativa. Gestionando el lenguaje en la era digital. Buenos Aires: Caja Negra Editora, 2015, p. 32). En el caso de la obra de Rivera Garza, como veremos, el “repropósito” responde tanto a un replanteamiento de su propio trabajo en otro medio o forma literaria como a la yuxtaposición de fragmentos ajenos en el tejido de sus textos.

[2] Cristina Rivera Garza, “Blogsívela. Escribir a inicios del siglo XXI desde la blogosfera”. En Roberto Bolaño (ed.): Palabra de América. Barcelona: Seix Barral, 2004, p. 177.

[3] María Ángeles Pérez López, “Los laberintos del yo en la poesía de Cristina Rivera Garza”. XI Congreso Internacional de la AEELH: ‘Laberinto de centenarios: una mirada trasatlántica’. Universidad de Granada. Granada, 10-12 de septiembre de 2014 (ponencia, texto inédito).

[4] La propia Rivera Garza empleaba el concepto de blogsívela para describir el carácter opaco de la escritura de Words are the Very Eyes for Secrecy (2003- 2004), su primer blog: “la blogsívela se erige, orgullosa, de sus propias sombras, de sus muchos trucos de velación. […] Ya desde antes, pero sobre todo ahora después de ella, espero novelas que nos revelen menos y nos oculten más; novelas que se detengan en la opacidad misma del lenguaje, en su ser-ahí, dentro del texto, dentro del mundo”, en Cristina Rivera Garza, ibíd., p. 178.   

[5] Roberto Cruz Arzabal, “Dispositivos artísticos post-digitales: escrituras de ida y vuelta”. Humanidades Digitales. http://humanidadesdigitales.net/blog/2014/04/18/dispositivos-artisticos-post-digitales-escrituras-de-ida-y-vuelta/

[6] Cristina Rivera Garza, Lo anterior, México, D.F.: Tusquets, 2004, p. 155.

[7] Cristina Rivera Garza, La muerte me da, Barcelona: Tusquets, 2008, p. 88.

[8] En un texto reciente publicado en Tsunami (2018), Rivera Garza empleaba la expresión “comunidades esporádicas” para referirse a la existencia de comunidades de blogueros y lectores que acompañan y actúan ante las ocasiones de violencia simbólica, poniendo a disposición de la víctima no solo las herramientas tecnológicas sino también la posibilidad de un nosotros. En sus palabras: “es bueno recordar que nadie tiene un cuarto propio si no existe una casa y, alrededor y dentro de la casa, una comunidad que la constituye y afecta”, en Cristina Rivera Garza, “La primera persona del plural”. Gabriela Jáuregui (ed.). Tsunami. Ciudad de México: Sexto Piso, 2018, p. 164.

[9] Daniel Escandell Montiel, Escrituras para el siglo XXI. Literatura y blogosfera, Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2014.

[10] Henry Jenkins, Convergence culture. La cultura de la convergencia de los medios de comunicación. Barcelona: Paidós, 2008, p. 101.

[11] Cristina Rivera Garza, Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación.

[12] Víctor del Río: “Arte de concepto como literatura.” Revista de Occidente. 381, p. 27.

[13] Ricardo Chávez Castañeda y Celso Santajuliana, La generación de los enterradores II. México, D.F.: Nueva Imagen, 2013.

[14] José Luis Brea, El cristal se venga: textos, artículos e iluminaciones de José Luis Brea. México D.F.: Fundación Jumex Arte Contemporáneo- Editorial RM, 2014, p. 194.

[15] Según Juan Martín Prada, estas tecnologías proponen “pensar socialmente internet, analizar políticamente sus dinámicas de funcionamiento”, en Prácticas artísticas e Internet en la época de las redes sociales. Madrid: Akal, Edición Kindle, 2012, pos. 15989.

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