por Jorge Arroita
Verás auroras como sangre, antología poética de Raúl Zurita publicada en 2021 en Ediciones Universidad de Salamanca con prólogo, selección y edición de la catedrática Francisca Noguerol Jiménez, es una obra que mapea la poesía de Zurita desde sus inicios y hasta la actualidad como un caleidoscopio de su misma personalidad que, en realidad, es más bien un dodecaedro, algo que se viene acercando más a lo esférico, a la concentración unitaria más que a la verdadera dispersión diferencial. Partiendo del título del libro blanco, Zurita (2012), editado bajo la editorial salmantina Delirio, Francisca Noguerol ejerce un nuevo giro sobre esa concentración en el yo lírico con el título de su introducción, “Zuritas”, resaltando no solo su unidad, sino también su dispersión, aunque esta sea una dispersión tangencial que debe ser puesta en concreción. Toda la obra de Zurita parece actuar en un plano unitario, que se palpa en su mismo estilo, forma de expresión y los símbolos utilizados en todas sus obras, que se repiten y retroalimentan como una radial concéntrica, como puede verse con las playas, las montañas, el horizonte, el mar, la blancura, los ríos, las piedras, la visión del ojo, la noche, el padre, el Purgatorio, el Infierno, y otros cuantos más (los contrastes son siempre epicentrales). Es esta misma visión la que actúa en un plano unitario-diferencial, como radiales sobre un mismo centro que van dando vueltas a su alrededor y, sin repetirse del todo ni estancarse, van aportando significaciones sobre la superficie de esa esfera que orbitan. Tal es la maestría de la Obra de Zurita, su capacidad para ser una poética del todo, un todo estrictamente personal, aunque también hable sobre la humanidad entera desde ese Yo que se esfuerza en cantarla.
Esa repetición diferencial se observa en el “modo lista” que ejerce sobre gran parte de su poesía, el cual implica tanto progresión como repetición: un ojo puesto sobre el que “verás” la pretensión de acercarse a algo que nunca puede palparse del todo. Una poesía del límite, del acercamiento a una redención humana desde un lugar ajeno a la misma, que la ansía pero no puede consumarla, siempre acompañado de lo que Noguerol llama una “poética materialista” (del lado de la performance y el activismo poético fuera de la página escrita) y una crítica social marcada por la historia del país chileno. Esto provoca que la poética de Zurita sea, paradójicamente, “Una poesía sin límites”, como anuncia el primer apartado de la introducción, y al mismo tiempo una poesía marcada por los límites y las tentativas del verbo hacia ellos, siempre lastradas por su incapacidad de infinitud. Los temas recurrentes de esas radiales esféricas orbitan alrededor de la orfandad, la naturaleza, el sujeto precario, el amor y la ética, tal y como resaltan diversos apartados de esa misma introducción a cargo de Francisca Noguerol, donde todas esas alegorías, símbolos y motivos poéticos interactúan entre ellos hacia un todo expandido en el tiempo, un todo que es una misma Obra que nunca termina, que siempre está en proceso de formulación y reestructuración, acercándose al límite (inalcanzable) de las utopías escriturales de Umberto Eco o Roland Barthes.
Esta es una de las grandes virtudes de la Poesía zuritiana, reflejada en Verás auroras como sangre, tanto en el resto de textos que la preceden y en la cual se incluyen. Palpar esa pretensión de escritura absoluta es algo que una antología como esta o como Zurita son capaces de poner sobre la mesa, aunando los diferentes miembros de ese cuerpo orgánico que funciona homeostáticamente como una entidad funcional. Cabe resaltar de esta nueva antología poética la aparición de la versión final de La vida nueva (2018), obra que se publicaba por primera vez en 1994 y que cerraba aparentemente la trinidad con Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982), trilogía que mejor representa la vocación de continuidad en su poética y que, a pesar de cerrarse aparentemente con ese último título (cosa que termina no haciendo, al renacer con esta nueva versión), reverbera en toda su obra anterior y posterior, como mejor se observa con esta nueva reestructuración de una obra que parecía estar ya cerrada.
Junto a ello, los tres nuevos poemas inéditos que cierran el libro, las “Cartas desde Pavía”, por las que haré un repaso especial. En ellas se expone un tono confesional, donde el poeta mira atrás y reflexiona sobre el tiempo, inscribiendo su propia visión redentiva en una humanidad integral donde se busca a sí mismo como espejo de la búsqueda del otro sobre sí, intentando reaunar sus miembros desembrados en el cuerpo que los quiere acoger. Este tono de confesión hilado por el canto y el llanto podrían observarse como un cierre de toda la poesía contenida en Verás auroras como sangre, una reflexión de senectud sobre el pasado, el tiempo y el dolor (marcado en la tercera carta por su laceración en la mejilla, elemento también continuo en sus textos). Un sujeto que intenta mirar atrás para dar un sentido ante la idea de que nada pueda finalmente tenerlo, y encontrándolo parcialmente en la empatía y la humanidad hacia el resto, en un abrazo colectivo frente a los golpes sufridos y la posible caída al abismo. “DE UN HOMBRE DE ESPALDAS ESTRECHAS QUE CAE Y QUE SUELTA SU MANO DE LA TUYA PARA QUE TÚ NO TE CAIGAS, PARA QUE NO SE DERRUMBE LA INVALIDEZ DE SU NOCHE SOBRE TUS ESTRELLAS”, cierra Zurita en la última carta.
Las dispersiones de esa poética unitaria de Raúl Zurita son precisamente eso, un abrazo integral entre la humanidad y a través de cada conciencia individual, donde en vez de dispersarnos debiéramos entender nuestra diferencialidad para abrazarnos en un certero gesto de humanidad con el que seamos capaces de sentir más el calor que nuestro dolor, de superar el llanto del horror del mundo para abrazar la belleza que se esconde tras él.

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