por Jesús Miguel Pacheco Pérez
«Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta / —no fue por estos campos el bíblico jardín— / son tierras para el águila, un trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín» escribió Antonio Machado en su poema «Por tierras de España» hace más de 100 años en Campos de Castilla, y pareciera como si la España castellana de 1912 se mantuviese en un lugar sin tiempo relegada a lo marginal, a la despoblación y esa intimidad silenciosa que proclamaba el poeta sevillano.
Es indudable que los espacios rurales siempre han estado detrás de los urbanos en el ámbito socioeconómico. Las ciudades, equipadas con centros comerciales, universidades, numerosos colegios, centros de salud, supermercados, etc., además de zonas de ocio, urbanizaciones y transporte público, reciben constantemente la inversión de los gobiernos, mientras que estos mismos animan a los ciudadanos a trasladarse a los pueblos y se preguntan por qué nadie les hace caso. Al final, pocos son los motivos que animan a alguien a escoger el ámbito rural para vivir. Uno de ellos podría ser la romantizada idea de Fray Luis de León: aurea mediocritas y locus amoenus a medida, una vida descalza, sin preocupaciones, con un pequeño huerto, austeridad y silencio, naturaleza. Estos tópicos frailuisianos, cultivados antes por Columela, que en Un amor (2020) de Sara Mesa se expresan por medio de la voz del narrador: «a todos parece atraerles la idea del retiro campestre, que revisten de un sentido romántico» (Mesa, 2020:54), donde la omnisciencia refleja la realidad de lo que ve. La visión que se tiene en muchas ocasiones es esta: un lugar idílico en que las ninfas del río cantan y las aves exóticas responden con salmos pletóricos de belleza.
Asimismo, lo rural se comporta como un universo alejado de la urbe, una tierra desconocida a la que las tecnologías aún no han llegado. En Cien años de soledad ya veíamos con Macondo y la idea de novela total, un solo cronotopo, el inicio y el fin de una estirpe y los personajes universales dentro de una realidad. No tan alejados de esa realidad hispanoamericana del realismo mágico, en Un amor encontramos también referencias a esta idea implícita en la novela de Gabriel García Márquez. Concretamente, con la pareja de hermanos y las pintadas de la casa abandonada, donde se puede leer «CASTIGO DE DIOS» y «VERGÜENZA», referencias a lo que podrían ser mitemas de la crítica social y el apocalipsis. Muy poquito después de encontrar estas pintadas en la fachada de la casa, se nos cuenta la historia de quienes la habitaron de la misma manera en que se cuenta una leyenda.
«Píter cuenta que tiempo atrás vivió allí una pareja, hermano y hermana, que según los rumores mantenían una relación incestuosa. Llegaron a La Escapa huyendo de otro pueblo […], sorteando como podían los insultos e incluso los ataques […]. Los mismos que los repudiaban asqueados […] destruyeron el el resto con saña en una gran hoguera. Después hicieron las pintadas.
Pero todo eso sucedió hace ya tiempo, se apresura Píter a aclarar, es una especie de leyenda negra» (2020:50-51).
En este fragmento de la primera parte de la novela —que es la parte más descriptiva del ambiente rural que rodea a la protagonista, Nat— tenemos la tradición hispanoamericana de la novela total y los mitemas que aproximan el ambiente rural a un universo autónomo. Esa casa, que podría convertirse en una suerte de metáfora de la pedanía de La Escapa en sí, vincula con ciertos elementos rurales de Hispanoamérica el ambiente pueblerino de la España representada en la obra. Lo rural está alejado por completo de la civilización, el tiempo pasa diferente. En ocasiones, llega un forastero y este se adentra en este espacio sin tiempo y en este tiempo sin espacio: los páramos de asceta de Antonio Machado.
Muy vinculados, además, a esta tradición hispanoamericana hay otros dos temas: la tierra y la barbarie. Comenzando por este último tema, la barbarie, podemos referirnos al binomio o dicotomía civilización/barbarie, estudiado por numerosos críticos de la literatura en obras como el Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, donde se mostraba una Europa que era imagen de la civilización y un continente americano que representaba la barbarie con una lucha entre estos dos mundos. Así, en Un amor vemos cómo el pueblo de La Escapa supone a los ojos de Nat, la protagonista, una expresión de la barbarie, de lo salvaje e incivilizado que, en pequeñas sorpresas y ocasiones, cambia levemente de opinión. En la misma página (y casi mismo párrafo) nos encontramos con esta frase a colación de las pintadas y la destrucción del hogar de los hermanos: «Ella no debería quedarse con una mala imagen de La Escapa, las cosas han cambiado mucho desde entonces, la gente cada vez es más tolerante, más civilizada» (2020:51). Del mismo modo en que vemos este paso progresivo a la civilización, al adentramiento de la ciudad dentro de los comportamientos rurales, páginas antes nos encontramos con una conversación entre Nat y el veterinario de Petacas, una localidad cercana, mayor que La Escapa (esta es pedanía de la primera) y que supone un estadio intermedio entre lo rural y lo urbano, donde el veterinario señala: «en el campo son brutos, tozudos y muchas veces crueles hasta el salvajismo» (2020:31). Esta descripción dada por un personaje y no por el narrador, lo que supone una visión intradiegética de los hechos, muestra la percepción que existe hacia lo rural como algo alejado de la civilización, una visión que solo tienen el veterinario, Nat y en ocasiones Píter, en una busca de empatía con Nat. Entonces, la protagonista se ve rechazada, se encuentra ante un pueblo hostil, que la ataca y la repudia porque no forma parte de la comunidad. Conoce la civilización y la ha traído a la barbarie. Ella pretende la civilización y a cada deseo la barbarie, representada primero por el casero con el grifo y luego con Andreas y las goteras, aunque la rechaza en su sociedad ya conformada. Lo rural se muestra como un ambiente que rechaza, en ocasiones, intentos de civilización, de progreso, pero que del mismo modo ofrece ayuda a Nat, con el caso de Píter, que gran parte de sus apariciones en la novela son con la pretensión de integrar a Nat dentro del pueblo.
De este modo, el comportamiento de los habitantes de La Escapa sería una deformación hiperbólica de la visión real que se suele tener sobre los espacios rurales. La expectativa crea la realidad. La idealización de la vida de pueblo se rompe: no hay belleza, la vida se diluye en la supervivencia, prima la necesidad individual. Los pueblos —tanto La Escapa, que realmente es una pedanía, como una gran parte de los pueblos reales— sufren de las pocas oportunidades y del desprecio por los de arriba, aquellos que gobiernan. Esto entronca con el otro tema que me faltaba por comentar: la tierra. También en el primer capítulo de la novela nos encontramos con una pequeña descripción del ayuntamiento y las calles del pueblo:
«El trazado de las calles es caótico y su señalización tan contradictoria que, una vez que se entra en el pueblo, es fácil salirse otra vez en cualquier desvío inesperado. Las casas son modestas, con fachadas muy deterioradas y sin apenas ornamentos […], el ayuntamiento —un edificio ostentoso, con grandes aleros y vidrieras— está rodeado de tabernas y bazares chinos» (2020:21-22).
Esta descripción de las calles del pueblo podría ser bien la de cualquier pueblo de España, igual que la descripción del ayuntamiento contrasta mucho con el resto de las casas. Mientras que la gente vive con casas modestas de fachadas deterioradas, los políticos tienen un edificio ostentoso y adornado. Los habitantes, pues, viven descuidados y maltratados por el poder político, son los últimos de la fila, ya que hasta el ayuntamiento de una pedanía puede lograr alguna ostentación de adornos, pero las casas y las calles sufren la omisión de quienes tienen el poder.
Así son muchos de los pueblos de España y así se nos muestra La Escapa, que desde su propio nombre sugiere la idea de escapar; La Escapa aparece como un lugar inhabitable por lo que los gobernantes han hecho con la tierra. Muy similar a la Comala de Pedro Páramo, donde Juan Rulfo escribe sobre la tierra abandonada y la soledad abrasadora que roba el oxígeno, La Escapa propone la idea de lo rural que quiere escapar de sí mismo por las negligencias de una tierra que no han protegido los gobernantes. Una pequeña excusa que toma la autora para mostrar este descuido de la tierra y, quizás, aproximar hacia los ambientes de Pedro Páramo o los lugares infértiles, es la del huerto. Al comienzo, Nat pretende crear un huerto, una idea que tras unas conversaciones con Píter se descarta. En todo este proceso de tomar la idea y descartarla se muestran visiones de la tierra como un lugar en que «las jaras, pegajosas y humildes, son las únicas flores que salpican la tierra» (2020:19) y más adelante nos encontramos con esta afirmación: «la tierra está completamente estéril» (2020:23). Este terreno inservible para el cultivo anula una de las grandes y vitales funciones de muchos espacios rurales, la agricultura.
En conclusión, La Escapa de Un amor representa en muchos aspectos el tratamiento que padecen los pueblos de España por quienes gobiernan: descuidos constantes y reducción a la inutilidad, la carga, casi esperando resucitar aquello que pisa. La imagen de los pueblos no ha cambiado, el progreso se ha focalizado en las ciudades, las tierras que podrían ser incentivos para la agricultura son estériles, el turismo se ve maltratado por la dificultad de sus calles y del transporte, la gente se marcha porque sus casas caen con fachadas deterioradas. Esto es La Escapa, pero podría ser muchos pueblos de España, pequeños espacios rurales en los que aún pasea errante la sombra de Caín.


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