por Alejandro Fernández Bruña

 

 

Sán Lázaro es el poemario de Laura Rodríguez que inaugura la colección Culpables de Cántico. Desde el mismo prólogo, firmado por la poeta y dramaturga Carla Nyman, se recalca que lo que la autora ‘’pone en juego es el padecimiento para renombrar’’, las dificultades que tiene al darle una forma a la realidad, pues para ello hay que quitarle antes la anterior. Y es que ante la imposibilidad de nombrar algo por primera vez la autora nos dirá que ‘’la resignificación es la única forma / de significación’’. Por ello nos recuerda que hay que ‘’desemantizar el cuerpo’’, borrando las connotaciones del mismo para alumbrar aquello que nos estaba vedado: el interior de nuestro propio cuerpo.

Pero, ¿qué hay más allá del cuerpo? ¿Y dentro de él? Como dice la autora: ‘’la pura im im imposibilidad’’ de un cuerpo que afirma no saber, dejando frases incompletas ante esa gran nada a pesar de la cual seguimos nombrando con los ojos cerrados para renombrar lo mismo con los ojos abiertos. Ese mismo cuerpo que titubea y carraspea ante una duda que solo puede ser plasmada en tanto que duda, haciendo una especie de canto a lo incantable. Así, constata ese querer y no poder para saberse finalmente ‘’otra vez imposible’’. En esta situación de balbuceo cita a Paul Grice para igualar el acto de habla con el de incomunicación, porque todo intento de comunicación parece frustrado o atravesado por la inseguridad. Es por ello por lo que ‘’quisiera cantar ladrando’’, porque una vez constatado el fracaso del lenguaje articulado solo podemos acudir a esos ‘’movimientos prelingüísticos’’ de los que habla la autora. Aunque, en realidad, más tarde afirmará que ni siquiera ‘’hay onomatopeya posible’’. La presencia del perro atraviesa todo el poemario como símbolo de un animal crédulo que intenta comunicarse a través de sonidos en descomposición, siendo la ‘’onomatopeya del dolor gutural’’ e involuntaria, como un desgarrarse la garganta de puro grito. Aunque no se permite ‘’cantar ladrando’’, pues vemos tres ladridos tachados en el propio texto (guauguauguau). Más adelante afirmará: ‘’yo soy un perro / en llamas’’ y ‘’un perro en la nada’’; y más tarde acabará por confesarnos que ese perro en llamas y ese perro en la nada somos nosotros, ‘’rabiosa(s) de fe’’ como Laura Rodríguez por elegir ‘’la ficción / sólida de mi boca’’, por fiarnos del canto finalmente.

Ese mismo perro es el que lame sus heridas para ser un ‘’cuerpo manifestándose’’, haciendo de ese acto el propio poema. Todas ‘’las ansias de abrirse’’ de la autora confluyen en ese proceso de autocuración y autoconocimiento del animal que se lame la herida y conoce el sabor de su sangre por primera vez. Y es que para la autora el interior del cuerpo es lo realmente inaccesible de la realidad. Así, nos pregunta: ‘’cómo entender la herida / al margen de ella’’; y con esto no se refiere a olvidar el origen de la herida ni el sabor de nuestra sangre, sino a que pese a ser cuerpo nos sabemos fuera de él o meros seguidores de su ritmo cardíaco. Pero ‘’esta herida no es un simulacro’’, nos recuerda, pues el observador (la autora) coincide con lo observado (la herida).

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