por Alejandro Fernández Bruña

Cuando Álex Chico vino a Salamanca a presentar su última novela, Los nombres impares, no pude evitar preguntarle por su opinión acerca de una cita de Piglia que decía que ‘’la locura jamás será narrativa’’. En un principio, yo suscribía la idea por la cual la narrativa exige un grado mayor de elaboración y coherencia, por lo que la locura me parecía un estado inapropiado desde el cual escribir, siempre y cuando entendamos la locura como una alteración. No obstante, pensaba que la poesía si admitía esas intermitencias y desvíos; es más, pensaba hasta que le eran favorables, pues la sintaxis podía ser alterada hasta la incorrección, las enumeraciones podían ser más intuitivas que precisas y la voz no tenía por qué ser una dentro del poema.

Al terminar de leer Los nombres impares noté que había cambiado por completo mi concepción sobre la locura y sus posibilidades narrativas. Un texto puede estar enfermo y provocar en el lector los síntomas de su propia enfermedad de una forma consciente. Eso sucede en esta novela de Álex Chico, atravesada por la constante duda del que se sabe en el umbral de las cosas. De hecho, el libro comienza con un titubeo: ‘’Igual tengo una historia para ti’’. Esa misma duda será el motor a lo largo de la novela: el narrador se moverá entre la esperanza por la literatura y la pérdida de fe en la misma. Desde la primera página se traslada esa incertidumbre al lector, que ve sus conocimientos igualados a los del narrador con el transcurrir de las páginas. Realmente no sabemos si hay una historia dentro de la investigación en curso: aunque, finalmente, la historia será la propia investigación, dando una mayor importancia al proceso de una acción que a su materialización final. El centro de la historia en torno al cual oscilarán todas las acciones será Damián Gallego, un personaje definido como ‘‘una copia, una falsificación’’ aunque ‘’fue también alguien insólito y verdadero, un hombre que en su singularidad vino a despertarme de una siesta que se prolongaba demasiado’’, nos dirá el narrador. Esta definición nos hace pensar en el Elmyr de Hory de F for fake, una personalidad arrolladora que hacía del plagio un verdadero arte, casi incluso mayor al de la propia creación. ‘’No creo que haya inmoralidad en el engaño si te están mintiendo con estilo’’, reconocerá más adelante en la novela.

Esa inseguridad que mencionábamos antes será llevada hasta sus últimos términos cuando el narrador afirme que ‘‘Damián Gallego no existía. Incluso llegué a dudar de que el día anterior hubiera estado realmente en su casa’’. Estamos ante una ironía muy próxima a la empleada por Vila Matas en sus textos, donde se afirma con un tono rotundo una realidad casi imposible. No obstante, como el segundo hecho (improbable) está precedido de una sospecha verosímil, parece más cercano de lo que en realidad está. De este modo, el autor crea realidad a través de un lenguaje que se desenmascara a sí mismo en su enunciación. Por ello el autor reconoce que ‘’en ocasiones hay que mentir si queremos seguir hacia adelante’’, a pesar de no creer en esa mentira que permite llegar a una posterior verdad. ‘’Qué extraña forma de vida, ¿verdad?’’, dirá el autor en un claro eco al escritor barcelonés.

De ahí podemos deducir lo que el autor denomina el dilema del narrador, que aparece cuando el autor ‘’trabaja con un material que existe y con un material que imagina. Ambas esferas forman parte de un mismo libro, porque solo combinándolas logramos acercarnos a una historia. El conflicto emerge cuando anteponemos el material imaginado y convertimos la conjetura en certeza. La hipótesis deja de ser una opción y se transforma en la única verdad’’. No hay jerarquías ni preferencias, únicamente un escenario plano donde se sitúan los distintos elementos de la manera más arbitraria posible. De hecho, la primera parte de la novela abre con la siguiente cita: ‘’Soy un cúmulo de memorias del olvido de los otros’’. La novela se sitúa así dentro de la tradición de la escritura en negativo, donde se intentan alumbrar los ángulos muertos de la historia para completar el paisaje; más adelante defenderá precisamente la acción del ‘’ojo brillante, del ojo hueco, del ojo ansioso’’. Además, encontramos aquí una de las claves del texto: la acumulación como único modo de dar coherencia a un conjunto de individualidades aisladas. De hecho, se describe a Damián Gallego de la siguiente manera: ‘‘su fisionomía era diversa, como si estuviera hecho de retazos de aquí y de allá’’. En caso de no poder acudir a la unidad del conjunto, pasaremos a ocuparnos de sus partes constituyentes, anulando el halo de colectividad que confiere la vista en grupo. La visión del fragmento como un elemento roto resulta romántica, pues incluye una labor arcádica de reconstrucción inversa hasta llegar al objeto original. Es decir, que presuponen hubo algo antes del fragmento, por lo que este no puede resultar nunca el escenario final.  En el poema ‘Ars Poética’, puesto en boca del personaje de Darío Galicia, el autor muestra su aversión hacia el mito del fragmento:

‘’no me interesa ser un hombre fragmentario

ni eructar Marx Marx cada media hora

no quiero ganar un concurso

ni tampoco becas

ni ser un poeta profesor

sólo quiero

caer desnudo en el fondo de un poema’’.

El logro de Damián Gallego (en palabras del autor) era que ‘’su cuerpo se había convertido en el primer soporte que alojaba el poema’’. De modo que ese soporte, el propio cuerpo, era la red que cobijaba los distintos fragmentos. A Damián le ‘’hubiera encantado hacer algo parecido con la literatura. No hablo simplemente de escribir un poema, sino de desaparecer en él. Convertirte en él, ¿me comprende? Como hacía Loïe Fuller cuando bailaba’’. Aunque claro, a lo largo de la novela está latente la tendencia y tentación de la dispersión: ‘’Soy un ciudadano desconocido / Soy un expediente psiquiátrico / Donde no tengo nombre / Ni historia’’. Si carecemos de nombre, la totalidad de nuestras acciones no tendrá un recipiente claro, y confundiremos las distintas personas del singular y del plural. Por ello el personaje admite que no sabe distinguir bien ‘’lo vivido de lo no vivido. No se confunda. Yo no miento. Yo digo la verdad, solo que esa verdad a veces no coincide con lo que sucedió realmente’’. Igual sucede con la historia personal de cada uno, que es lo que nos hace situarnos en un discurso o en otro. Ese expediente psiquiátrico (una lista, al fin y al cabo) es lo único a lo que podemos remitirnos, al registro mecánico de nuestras actividades mentales. Pero, finalmente, no podemos obviar que ‘’Damián Gallego era una narración múltiple y disgregada’’, y que todos somos ese Damián Gallego en busca de algo que desmienta nuestra realidad. Y ese algo puede ser una mentira: la impostura de otra vida aparece como la salvación de la propia: ‘’Invéntate una vida y muéstrate tal como eres’’.

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