por Comité Subterráneo

un humo oscuro, denso y languroso cubría la europa del siglo xix. un moloch industrial y despiadado extendía sus tentáculos de hierro y ocre mientras devoraba el alma de los cada vez más organizados obreros. el campesinado, privado de su bucólico y pastoril reino por la maquinaria del estado, moría en guerras de intereses ajenos. los nuevos parásitos y los cadáveres de siempre. la europa que «enterró todos sus muertos» de «carne labrada por arados de angustia», como reza altazor, fue intelectualmente heredada por los nuevos vástagos de la burguesía conservadora: profesionales liberales y comerciantes. walter gropius, pese a ser un arquitecto de familia acomodada, fue sargento en la gran guerra. de acuerdo con el relato oficial de la serie alemana bauhaus: una nueva era (2019) –producida en el centenario de la fundación de la escuela–gropius usó la radio del ejército alemán en medio de una batalla para solicitar el puesto de director de la escuela. el visto bueno del emérito henry van de velde, destituido por su nacionalidad belga, facilitó el revolucionario fichaje.

la matriculación de mujeres, la presencia protagónica de estudiantes y profesores judíos, holandeses, austríacos o húngaros en la turbulenta y esperanzadora weimar y la proclama de un (cambiante) arte radical frente a la decadencia del neoclasicismo causaron un revuelo entre la adinerada y carente de iniciativa aristo-cracia. un ecosistema hostil y curiosamente más rural que urbano en el que divertidas acciones como bañarse y jugar desnudos en el río ilm tenían siempre una violenta réplica de la notable derecha local. aunque lo que generó la grieta primigenia que condujo a la división de la escuela en dos fue el vorkurs (curso preliminar o preparatorio en castellano) de johaness itten.

nacido en suiza en 1888, itten fue un pintor y educador precoz. discípulo de las teorías renovadoras del pedagogo friedrich fröbel y marcado por su estancia en la academia de profesorado bern-hofwil, comenzó a desarrollar una metodología propia que rompiera con el racionalismo imperante. por ejemplo, no corregía la técnica ni criticaba la obra de sus estudiantes como individuos sino de forma colectiva. para el artista suizo el arte nacía del individuo, pero se debía captar, desarrollar y, en última instancia, crear en comunidad. el fresquísimo trauma de la gran guerra y la necesidad de un renacimiento moderno que supiera encajar las piezas del galimatías intelectual, político y social de occidente exigía el usos de nuevas técnicas vanguardistas que transgredieran las limitaciones sociales de una tradición que no supo estar a la altura. desde luego, itten jamás dejó de lado la formación artística: recibió clases de pintores como el abstracto eugène gilliard, uno de sus referentes. su carrera docente despegó en 1916, cuando fundó su propia escuela de arte en viena siguiendo las enseñanzas de gilliard y enseñando no sólo cuestiones como las figuras geométricas y los colores primarios, sino también nutrición, meditación y ejercicios respiratorios: itten fundió su metodología pedagógica con los preceptos del mazdaznan.

a pesar de espejismos de paz política y armonía interclasista en el macrosistema germanoparlante (alemania, suiza y austria y los resquicios del imperio austrohúngaro), un creciente número de rebeldes tranquilitos de la pequeña burguesía, pero también trabajadores con capital cultural o militantes comunistas y anarquistas, hacían su propia revolución: la de la vida. los movimientos lebensreform se lanzaban a derribar a moloch a su manera. la alimentación orgánica y vegetariana, la cooperación comunitaria, la actividad física y la incorporación de rituales y creencias de religiones orientales eran las piedras angulares de este amalgama de asociaciones y colectivos que abarbacan todo el espectro ideológico y que desembocaron en movimientos tan dispares como el hippy o el nazi. la búsqueda de una trascendencia y un nuevo orden desde una sensibilidad íntimanente asociada a la la naturaleza y atravesada por el ya mencionado orientalismo, a través del cual se importaron rituales como la ceremonia del té, permearon en la bauhaus, en la que la espiritualidad propuesta por el mazdaznan tuvieron una gran acogida. esta religión –o más bien secta– fue fundada por otto hanish, inmigrante alemán en estados unidos, quien mezclaba ciertos aspectos de diversos credos orientales con el propósito de perfeccionar a aquellas personas de origen ario –al contrario que los nazis incluían a los judíos, a quienes identificaban con la población caucásica– que abrazaran las doctrinas del culto. itten no fue un discípulo más: supo fusionar religión y técnica en su ya pulida propuesta educativa. la meditación, la práctica del yoga y una dieta vegeteriana y modesta –comer lo justo para saciarse, pues creía que comer en abundancia era perjudicial para el genio creador– calaron entre estudiantes y profesores y pasaron a ser parte de la cotidianeidad de la escuela. comenzaron a surgir pequeños grupos de una tribu urbana de época ataviados con la indumentaria del culto: una túnica sencilla y el pelo rapado, una suerte de aprendices artísticos de buda.

el vorkurs iba en la misma línea y bebía de todas estas influencias. el curso preliminar se implantó con la incorporación de itten a la escuela en 1919. el objetivo era ayudar a los estudiantes a librarse de las cadenas mentales forjadas y a desarrollar una nueva sensibilidad artística. como apunta abbot miller en su escuela elemental, «itten quería desenseñar a los estudiantes y devolverles a un estado de inocencia, a un punto de origen en el que pudiese iniciarse la verdadera enseñanza». ejercicios sinestésicos como interiorizar un color y performativizarlo (moverse de acuerdo a cómo se sintiera ser rojo, amarillo o verde [siempre colores primarios]), captar el movimiento de modelos desnudos corriendo a lo largo y ancho de las aulas o dibujar en bucle y simultáneamente distintas formas geométricas para conseguir domesticarlas eran parte de este curso obligatorio para todos los aprendices, independientemente de en qué año estuvieran. de este modo, se recupera el concepto de kindergarden (o jardín de infancia) como metáfora de la creación idónea: desde un momento previo a la aparición de la cultura. los estudiantes más conservadores en la órbita de los viejos maestros neoclásicos decidieron no pasar por el aro de los preceptos del autoproclamado arte radical y, con la ayuda de las clases acomodadas de weimar, lograron terminar sus estudios en la antigua escuela fruto de la división interna de la bauhaus.

el espíritu del vorkurs trascendía las propias clases e influyó en el día a día de la escuela. maestros y aprendices, en especial los más populares y carismáticos, como itten, kandinsky o klee, convivían intensamente en un mismo espacio de creación e intercambio de ideas. la vida cotidiana durante el periodo de weimar estuvo plagada de eventos culturales, desde poesía hasta espectáculos de luces, pasando por actividades lúdicas como la práctica de yoga o el nudismo e incluso la agricultura: eran los propios estudiantes los que cultivaban y cocinaban su propia comida, siempre vegetariana bajo las atentas indicaciones de itten, guía espiritual de la escuela. y, como siempre, lo colectivo como motivación detrás del espiritualismo purificador del mazdaznan, cuyos procedimientos para limpiar el organismo de toda impureza inspiraron cuadros como mazdaznan-kuren (1922) de paul citroen, en el que se nos muestra la curiosa y capital importancia del tránsito gastrointestinal en esta religión zoroástrica.

la tensa relación entre gropius e itten, cuyas carismáticas y opuestas personalidades tendían al choque y la disputa, culminaron en un cisma en la escuela en 1923. frente a la apología del individuo y el espíritu de la doctrina de itten, el director se impuso y dio el giro de timón que, según él, necesitaba la alemania de los años veinte: un viraje hacia la fusión orgánica de industria, técnica y sociedad que hiciera las veces de faro en la conmocionada europa de postguerra. de ahí el lema de la escuela, “arte y técnica, una nueva unidad”. el bueno de itten poco podía hacer ante la victoria de la máquina: recogió sus bártulos y abandonó la institución, lo cual no significó la desaparición del mazdaznan y los principios del vorkurs en la bauhaus, sino más bien la progresiva confluencia con las novedades de la época, como el auge del comunismo o el en apariencia contrario minimalismo de la escuela holandesa de theo van doesburg. hoy, menos de cien años después del final de la etapa itteniana de la escuela, quizá sería provechosa –o un necesario revulsivo– la búsqueda de una renovación espiritual, de una reforma -o quizá mejor revolución- de la vida. pararnos a pensar el para qué de esta realidad triste y enajenada a través de la comunión colectiva de mentes luminosas y cuerpos vibrantes.

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