vir fantasticus


la raíz del árbol es una rueda
raimundo lulio


he consultado los oráculos caldeos: en el número intermediario hay un principio, hay un fin, pero no hay fin ni principio. la raíz del árbol es una rueda. la naturaleza ama ocultarse. en el jardín he visto dos plantas livianas: sin raíces, sin hojas. en vano he tratado de reproducirlas. detrás de las formas cerradas, tal vez exista una revelación: una planta, que es imagen única y carnal, que a su vez es puente de una planta arquetípica. un ramillete puede contener una cruz, una llave, la noche y su dominio, el contorno de un niño arrodillado o la luna del color del azafrán. a las puertas de la imagen, dos palabras talladas en carbón: no preguntes.



la plenitud del 1

a la salida de esta visión feroz,
guiado por el ojo, oculto
como la urna de un cuerpo de cobre,
maldigo la doncella plenitud del 1.
a la salida de esta visión feroz
he visto las caras de los niños en cobertizos
donde son devorados por el tiempo.
«mira, yo vivo», pero ahí, fuera del agua,
el niño lanza plegarias a las viñas.
el tiempo arolla todas las cosas: el ritmo
interior. ¡danzad! ¡danzad! hay un ritmo común.
¿quién romperá los brazos a penteo?



muerte y fuego

una forma primera intuye el fuego:
el primer fuego, necesario y capaz.
el fuego es una esfera sin centro
inclinada en el hueco de las manos.
la llama antigua que mora en los hombres,
en la penumbra íntima al calor del hogar.
la noche se derrama entre las manos
de dos que aguardan la llama y su sino.
lo dijo ya el álgebra del ciego:
antes del alba, se verá el prodigio.



tres

he sido los santos del oeste,
el triángulo de la ascensión,
las leyes del conocimiento,
la sombra y la forma de hermes,
el tercer ojo que da a los hombres
la conjunción del secreto.
he sido los magos de persia,
el centro de una esvástica mancillada,
el otorgado el tercer mes del año
a tres pueblos, a través de tres hijos,
el número de la casa del tenebroso
que escribió el sol negro de durero.
he sido y soy el número tres.
el morir es un safricio peculiar.
yo me dejo ser en tres partes,
y cada parte de mí no acaba
en ninguno de los tres caminos



abisal

he visto en monedas podridas el rostro del océano primordial. he visto un pez pariendo estrellas la tercera noche del arrecife. ha sonado el tiempo en tres sílabas visibles: he alzado mi rostro, transformado en una gavilla de trigo. renacer, sufrir la conmoción, hundirnos en las profundidades del misterio. si consumo una espiga, consumo la vida misma. si bebo del charco colgado de las bocas, bebo de las alcántaras del deseo. he lanzado al aire un dado de pan. ha caído, sin aliento, buscando el dorso del agua. no importa el color: la penumbra calla, y dice más.



el pabellón de las mujeres

descendimos a la noche por tu vientre,
bajamos de la oficina al bosque salvaje,
a los sótanos oscuros que solo tú nombras,
de la burocracia al furor del vino,
de la camisa de fuerza a la tierra temblorosa.
pongo en ti mi centro como todos lo ponen
al buscar en tu vientre las causas invisibles.
a pesar de los cerdos enmascarados
que nos devoran los dedos y escupen
diminutas piezas de carne estancada,
a pesar de los hombres de naturaleza muerta,
hombres que tienen agua helada en las manos,
buscaré tu rostro por el bosque primero,
buscaré la carne de tus piernas de agua,
buscaré en tu ombligo el centro de la tierra,
buscaré en tus ojos el dolor de los otros,
beberé la saliva de otros cuerpos en el mar.
pero no te encontraré.
porque vendrán las ninfas con sus brazos despiertos
y vendrán los machos con los hombros caídos
para buscar el fruto que alimente la tierra.
pan que elevas tus cuernos en la noche de insectos amarillos:
yo te busco por las habitaciones,
por el agua inmensa de los corazones vacíos,
donde las niñas mojan sus pirámides dormidas,
donde la muerte aguarda sus heridas profundas.


por rafael ávila domínguez

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