La familia, desde una perspectiva naturalista, vendría a significar algo imprescindible para la supervivencia tanto a nivel humano como animal. Alma Máter estudia esta relación, no desde la contingencia de lo reproductivo, es decir, no desde quien da vida, sino desde quien la recibe. Todas las personas nacen de una matriz, de un espacio de gestación que no todo el mundo posee pero que todo el mundo padece. La investigación tiene como objetivo alcanzar esa generalidad a la que se pertenece pues todos somos descendencia. Asímismo, dar vida es un proceso selectivo, se observa como una posibilidad y no como una obligación pese a que haya una indudable característica biológica que conduce a ello. Esta muestra pictórica de treintaiún cuadros se plasma a través del único símbolo que todos compartimos, el único designio de dependencia hacia el vientre materno y, al nacer, la primera cicatriz de libertad: el ombligo.
En cuanto a los aspectos formales, el tamaño de cada cuadro realizado fundamenta su sentido en la edad que tenga el portador del ombligo. Esto significa que existe una razón lógica de proporcionalidad directa que interviene en las formatos elegidos: a mayor edad, mayor dimensión. La importancia del ombligo es evidente, pero no solo por su presencia, sino también por su ubicación. Con el carácter intimista que tiene un icono como el ombligo, también se pretende retratar la singularidad que existe entre lo personal y profundo de la idea y lo invasivo de la pintura de gran formato. Por ejemplo, los cuadros de los nuevos y más jóvenes integrantes de la familia, son expuestos en lienzos de menor medida y el objetivo del ombligo ausente de gran formato nace a su vez de una intención invasiva. El espectador no se aproxima al cuadro: el cuadro se aproxima a él.









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