por Jorge Arroita
Es bien conocido el discurso del amor cortés a través de la poesía trovadoresca medieval, que se expande desde la escuela provenzal hasta la galaico-portuguesa y la castellana, e igualmente el amor carnal-espiritual de la mística del XVI, con famosos autores como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús o fray Luis de León. Sin embargo, menos conocida es cierta figura que, bajo el reinado de Enrique IV de Trastámara, practicó el tópico del amor cortés con su poesía trovadoresca, para luego renegar de él y transmutar esa poesía de amor carnal en amor a lo divino, mediante una temática y un estilo literario que adelantan la mística del renacimiento hispánico tardío. Esta figura tan ambivalente es Juan Álvarez Gato, eslabón de transición entre el amor carnal y el divino, entre la lírica trovadoresca y la mística.
Juan Álvarez Gato se sitúa dentro del ambiente cortesano de la poesía trovadoresca y cancioneril, teniendo su etapa principal de producción durante la segunda mitad del siglo XV, aquella que ocupa el primer humanismo hispánico traído por Juan de Mena y el Marqués de Santillana: un humanismo todavía superficial, a imitación de Italia y no bien asentado, pero aun así productivo dentro de sus limitaciones. No obstante, Álvarez Gato no se inscribe dentro de estas nuevas tendencias, sino que recoge la tradición trovadoresca del amor cortés y la lírica de cancionero, para luego establecer su propia revolución particular dentro de estos lindes. Atravesado por una fuerte impronta religiosa, termina renegando de la banalidad carnal que primaba dentro del tópico amatorio cortesano, para establecer en su poesía un fuerte alegado religioso en ataque a estas tendencias. En sus primeros escritos se puede observar su religiosidad latente, y ya orienta el discurso alrededor de lo divino en relación con el deseo hacia la amada, pero será su siguiente etapa la que se torna verdaderamente interesante, desde la cual parece incluso generar una verdadera afectación en la lírica de los místicos posteriores (o, al menos, los parecidos son sospechosamente reseñables). El punto de inflexión entre esta declamación religiosa dentro de la poesía cancioneril y su transformación profunda del amor cortés y carnal al amor místico y divino, de forma ya integrada dentro de su estilo poético propio, sucede a partir de un poema de extensa rúbrica, que prácticamente puede considerarse el epicentro de esta transformación: su alegato o manifiesto, podría decirse. El poema es el siguiente, recogido desde la antología Mil años de poesía española (1996), dirigida por Francisco Rico, en la sección “Edad Media: Lírica y Cancioneros”, coordinada por Vicenç Beltrán:
Aviendo conoscido el mundo y sentido en todos los estados y alcançado y gustado mucho de lo que se procura de él, y visto que es todo condenación del ánima y en los católicos dolor y arrepentimiento, doliéndose del tiempo tan mal gastado en que se hallava muy culpado, deseado desnudarse de todas las vanidades, afeciones y lisonjas que ha seguido y malos exemplos que ha dado viciosos y pecadores en las mocedades, así en el trobar como en los efectos de sus obras livianas, pensó de pelear con nuestros tres contrarios de cuyo poder se hallava, con esperanza que, con los medios de la gracia de nuestro Señor, que no la niega a los que hazen de lo que es en sí, los vencería y se vestiría de nueva ropa de virtudes desde su temor y amor para conseguir el fin para que le crió, hizo esta copla al mundo despidiéndose de él con la voluntad y para obligar de ello assí mesmo tomando nueva vida espiritual debaxo de la orden y ábito matrimonial y legal.
Mundo, quien discreto fuere
cierto so que no te alabe;
quien te quiere no te sabe,
quien te sabe, no te quiere;
yo te despido de mí
por tornar alegre y ledo
y bolver como nascí,
para que gane sin ti
lo que contigo no puedo.
De aquí adelante no hay cosa trobada ni escrita
sino de devoción y buena dotrina
Como puede observarse patentemente, Álvarez Gato reniega con este alegato de la poesía trovadoresca practicante del amor cortés, a razón de su defensa de los pecados carnales para con la moral cristiana, proponiéndose así no escribir en adelante otra cosa “sino de devoción y buena dotrina”. Es una defensa, pues, de la actitud “discreta”, entendida epocalmente como forma de actuar del buen discernir: moderada, prudente y sin ostentación o falsedad en sus actos. Por ello que defienda la felicidad en la simplicidad de lo natural, que es lo creado por Dios: en el “bolver como nascí”, es decir, al desnudo, buscando “desnudarse de todas las vanidades”. Para el autor, la única forma de hacer esto, acorde al cristianismo, es renegar del mundo material y carnal en favor del espiritual, abrazar la discreción frente a la tentación de los vicios mundanos (según aquellos “tres contrarios” escolásticos que señala). En sus versos es palpable aquella crítica que Nietzsche realizaría siglos después frente a la moral cristiana, tan centrada en el otro mundo por venir que desatiende el mundo material en el que vive. Esto se denota especialmente en los versos que interpelan al mundo, como sujeto destinatario del poema: “Quien te quiere no te sabe, / quien te sabe, no te quiere”, entendiéndose el saber como el experimentar, y el querer en un sentido transposicionado al otro mundo, propio del neoplatonismo cristiano, que considera este como una proyección finita del otro, y así la verdadera querencia debe valorar en el mundo material y transitorio las cualidades ideales relativamente aplicables en él, que le lleven así hasta el mundo divino y eterno por venir: “para que gane sin ti / lo que contigo no puedo”.
Este alegato predispondrá toda su poesía posterior, pero lo interesante es cómo adapta la tradición trovadoresca a estas nuevas necesidades, donde el amor tendrá un valor esencial, siendo transformado en esencia hacia una nueva lógica cristianizante. En otro poema, de arte menor a modo de copla real pero de pie quebrado (con 9 octosílabos antes del tetrasílabo, solo que la segunda estrofa pierde aparentemente un verso octosílabo, quedando en 8), Gato expone este nuevo tópico del amor divino, aunque sin integrarlo plena y sistémicamente dentro del poema. Señala aquí, interpelando a Jesucristo: “pues que de buen amador / veniste a ser vencedor / en el árvol de la cruz / tú nos haz que merezcamos / que de buenos servidores / con tu fe y con tus amores / los vençamos”. En estos versos ya interpreta el amor como la compasión y la empatía al prójimo, desde una perspectiva axiológica y no sexual o pasional, para justo después equipararla ya directamente con la fe, en relación con ser un buen servidor del dogma cristiano para lograr la victoria sobre los vicios y placeres espurios (victoria que se achaca a la vida eterna tras la muerte). Esta primera mención al amor divino como aspecto axiológico es distinta a la que tomará en sus dispositivos líricos posteriores, siendo perfectamente normativa para la época en aquellos autores cristianos que trabajaban temas morales, religiosos o metafísicos.
Es a la hora abordar el amor carnal en relación con el amor divino (algo que para muchos, a pesar de su intención y contenido, podía no ser bien visto), integrarlo dentro de su poesía como tópico recurrente y adaptado a las formas líricas escogidas, y además emplear estribillos y convenciones de orden popular, que Álvarez Gato logrará la mentada innovación de contenido, al transmutar estas formas estratificadas, estas convenciones y órdenes cultos o populares recogidos, al tópico del amor místico. Un primer acercamiento sucede en otro poema, donde escoge el género de la canción cortés, pero lo adapta métricamente a un orden de la lírica tradicional, con hexasílabos y ciertas asonancias (como resalta Vicenç Beltrán en la misma antología), aunque todavía sin integrar plenamente una nueva tensión forma-contenido a este nuevo tópico amoroso. Al comienzo del poema notamos ya las reminiscencias populares, volviendo al tema de la afrenta con el mundo material: “Quita allá, que no quiero / mundo enemigo; / quita allá que no quiero / pendencias contigo”, estrofa cuaternaria en forma de seguidilla simple (donde vemos asimetría métrica en los versos pares, uno de cinco y otro de seis, cuando en la seguidilla simple normativa tendríamos un ‘abab’ de heptasílabos en los impares y pentasílabos en los pares) que repite justo al final del poema, actuando como estribillo popular adaptado a la temática propuesta. Señala en otro de los versos: “No quiero tus ligas / más en mi posada / y, aunque me persigas, / no se me da nada”. Aquí vemos el amor cortés en acción, pero solo como referencia, correlato simbólico de los vicios en ese enfrentamiento con el mundo material. Por ello, no está todavía plenamente integrada la tendencia que hemos señalado, en toda su profundidad.
En el siguiente poema, en cambio, ya se observa la equiparación del amor pasional y espiritual con la fe, tornando el tópico del amor cortés en el encuentro velado de la amada con el amado, que en este caso es Dios. Es interesante que, para que funcione correctamente, Álvarez Gato emplea una canción de mujer abandonada, de influencia jarchesca (o, al menos, en cuanto a canto de mujer confidente, teniendo paralelismos con la chansón de femme provenzal o las cantigas de amigo galaico-portuguesas, que también son influencia convergente posible; de hecho, esta última puede notarse también más directamente al apelar mediante el término ‘amigo’) y formato zejelesco, para así establecer en el amante anhelado pero alejado la figura de Dios. Es una decisión sumamente inteligente, dada la motivación del poema, y por ello que ahora considere que se encuentra ya plenamente integrado este nuevo tópico del amor místico, dado que engranan perfectamente el formato y el contenido dentro de una lógica sistémica bien adecuada y estructurada, derivando en un estilo propiamente característico e innovador que pudo tener una notable influencia en los místicos posteriores. El poema es el que sigue, en forma popular zejelesca de estrofas cuaternarias octosílabas, a excepción de los versos del estribillo, que son eneasílabos:
Para los que por la tibieza de sus obras han
perdido las consolaciones del Espíritu Santo,
sobre aquel cantar que dize:
[Soliades venir, amor,
agora no venides, non.]
Viniedes enamorado,
porque erades deseado;
en averos olvidado
non querés venir, Señor.
Soliades estar conmigo,
ya no me querés, amigo,
porque no os amo ni sigo
y os partí el coraçón.
Mi señor y mi querido,
no venís ni avés venido.
¿En qué os fui desconocido
no teniendo yo razón?
Y conosciendo, cuitado,
cuánto os era yo obligado,
siento tanto aver herrado
que me muero de dolor.
Es verdaderamente importante la vuelta o enlace del corto estribillo a final de poema, pues lo hace engranar con la lírica popular de amores (ya muy recogida por los trovadores cortesanos, pero ahora utilizada según otros fines), empleando esta codificación afianzada en la mentalidad colectiva para la expresión de sus propios contenidos y motivaciones. Mas vayamos al núcleo del poema. Aquí ya tenemos un Álvarez Gato en su expresión más particular, donde recoge la temática amorosa de lo carnal para tratar el aspecto espiritual y religioso, generando una interesantísima disposición. La voz confidente de la amada como sujeto lírico, en un momento de duda, se extrapola ahora a la duda religiosa con respecto a Dios, al “aver herrado” en comportamiento acorde a la doctrina cristiana (es decir, afligido por el pecado latente y buscando perdón). La adaptación de convenciones precedentes a este nuevo contenido genera, pues, un nuevo estilo que hibrida la poesía religiosa con la cortés (antes radicalmente diferenciales, aunque hubiera autores que trabajaran ambas, solo que en textos diferentes, según la inclinación que quisieran proyectar), abriendo una veda a creaciones posteriores del mismo estilo. Más que un poema de amor, tenemos una vía negativa que explora el desamor, estando sumamente relacionada con el famoso poema de Santa Teresa, “Vivo sin vivir en mí”, con el que luego estableceremos comparaciones de interés. En todo caso, la voz de la amada interpela al señor, estableciendo la subordinación de la amada al amado como la del creyente a Dios (igualmente llamado “Señor”, aspecto que sirve terminológicamente a la comparación). De hecho, sin la rúbrica y el contexto histórico-biográfico, sería indistinguible si el sujeto lírico evoca a un hombre amado o a Dios, como es el caso: de hecho, se entendería naturalmente lo primero. Esta es la virtud de Álvarez Gato, el producir una ambivalencia intrínseca a su dispositivo poético con un gran valor connotativo y metafórico. Disposición similar encontramos en el siguiente poema, que emplea igualmente un verso popular como estribillo de entrada y de salida, con el mismo formato zejelesco y mismo patrón de rima, solo que compuesto homogéneamente por hexasílabos.
Otro cantar que dicen: «Amor, no me dexes /
que me moriré», endereçado a nuestro Señor:
[Amor, no me dexes
que me moriré.]
Que en ti so yo bivo,
sin ti so cativo;
si me eres esquivo,
perdido seré.
Si mal no me viene,
por ti se detiene;
en ti me sostiene
tu gracia y mi fe.
Que el que en ti se ceva,
que truene, que llueva,
no espere ya nueva
que pena le dé.
Que, aquel que tú tienes,
los males son bienes,
a él vas y vienes,
muy cierto lo sé.
Amor, no me dexes,
que me moriré.
En este poema, Gato vuelve a explorar una versión negativa y desesperada del amor místico, aunque en esta ocasión la del atrapamiento amoroso, y no de la ausencia. Este es otro tópico de época, el de la cárcel de amor (cuya expresión más conocida está en la novela sentimental de Diego de San Pedro, homónima al tópico), que explora el cautiverio propio de la pasión sentimental, en torno a la obsesión y la dependencia amorosa. En el verso popular ya está patente este sentimiento, aunque luego expone una inversión relativa del tópico, al considerar que “en ti so(y) yo vibo, / sin ti so(y) cativo”. Es decir, el poema considera el cautiverio fuera de ese amor, en lugar de dentro. Aunque también pueda ser considerado este aspecto en otros textos, pues se establece dentro de una lógica similar, en el caso de Gato se entiende más aún, al no considerar la dependencia de Dios como algo malo, y sí hacerlo con su abandono, el cual dejaría al sujeto en una prisión mundana, en una cárcel del mundo material, sin ningún tipo de escapatoria trascendente que supere la muerte: “si me eres esquivo, / perdido seré”. Dejando de lado este aspecto particular, el poema actúa en los mismos lindes que el anterior, proyectando en voz de mujer confidente el miedo a la pérdida, solo que en este caso de Dios, y no del amado. Estos dos poemas últimos, especialmente, guardan una correlación notoria con dos autores místicos, Santa Teresa y fray Luis, ya que la concepción de San Juan tiende a ser mayormente positiva, experiencial y ardorosa, más que negativa, anhelante o desesperada. Exploremos estas potenciales relaciones y los paralelismos que podemos encontrar entre ellas.
No solo es la conjunción entre apelación al amado y transmutación del amor carnal en amor místico lo que une a estos autores, especialmente en el caso de Santa Teresa. En cuanto a fray Luis, la segunda relación principal es el tema del encierro (muy patente dada su experiencia biográfica) y la vía negativa del amor místico anhelante. Mas es en los versos de Santa Teresa, con su afamado poema “Vivo sin vivir en mí”, que más pueden palparse las semejanzas con Álvarez Gato. No solo el famoso verso reiterado, “que muero porque no muero”, se acerca al verso popular usado por Gato, “Amor no me dexes / que me moriré” (lo cual es muy genérico, además de popular, y lo más probable es que sea un simple parecido o un caso de evolución convergente), sino que tiene una similitud bastante sospechosa (más contando que ambos son cercanos en el tiempo, y que Gato comienza una tendencia que Santa Teresa retoma en unos términos prácticamente equivalentes) con otro verso de Álvarez Gato, en su copla “Hablando con el romero”, que no aparece en la antología de Beltrán: “Tú, pobrecico romero, / Que vas a ver a mi Dios, / Porque viva yo que muero”. De nuevo, puede tratarse de parecidos contextuales, pero es bastante sugerente ante la mirada crítica, dadas las interrelaciones ya comentadas. Aparte, Santa Teresa también retoma el tópico del cautivo en su amor místico, apelando al “Señor” de la siguiente manera: “Vivo ya fuera de mí / después que muero de amor […] Esta divina prisión, / del amor en que yo vivo, / ha hecho a Dios mi cautivo, / y libre mi corazón; / y causa en mí tal pasión, / ver a Dios mi prisionero, / que muero porque no muero”. En este caso sitúa también a Dios, paradójicamente, como el prisionero, revirtiendo los papeles; aunque también considere el alma suya aprisionada, tal que en los siguientes versos: “¡Qué duros estos destierros, / esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida”. Igualmente, referencia el mundo material como prisión, y valora “aquella vida de arriba, que es la vida verdadera”, siguiendo el tópico del enfrentamiento al mundo terrenal. Casi al final comenta: “Vida, ¿qué puedo yo darle / a mi Dios que vive en mí, / si no es el perderte a ti, / para merecer ganarle?”, en la misma tónica que el poema de Gato, donde insiste en despedirse del mundo para ganar la salvación eterna, o en otros términos, perder la vida para ganar a Dios. Los parecidos son patentes y reseñables, en cualquier caso, aún a pesar de que la cárcel de amor o la afrenta al mundo terreno sean leitmotivs recurrentes en la época. Aun así, fuera de la apariencia de similitudes concretas, lo más característico es la interpelación directa a Dios como amado, empleando un tono de desamor o de amorío pasional, puesto que anteriormente la poesía religiosa tendía a poseer un carácter teorético y axiológico, de reflexión y no de pasión, dejando ese otro lado para ser explorado por aquellas tendencias que se les permitía hablar profanamente de lo carnal, ya sea desde amoríos cortesanos prohibidos o cantos de mujer abandonada.
Parece extraño que no suela resaltarse tanto este adelantamiento de Juan Álvarez Gato a la poesía mística del XVI, dado que es el primero que utiliza, tal cual, esta corriente lírica, ya sin mentar los notables parecidos particulares que pueden trazarse entre ellos. De esta forma, podría decirse que Álvarez Gato es el primero en trabajar la poesía mística mediante la teología negativa del sentimiento, gracias al aprendizaje en la práctica cancioneril del amor cortés, proyectando luego tales disposiciones desde este nuevo contenido. No obstante, también habría que resaltar dos aspectos que separan a Gato de los místicos posteriores, de estilo algo más homogéneo entre ellos. Primero, Álvarez Gato no presenta un ardor tan pasional y experiencial, sino más bien sucede en lejanía, ausencia o ante la amenaza de la misma: es un desamor anhelante, una reflexión crítica o alabanza a ese amor divino con miedo de pérdida. En otras palabras, explora las dos primeras vías místicas, la purgativa y la iluminativa, pero no lo hace con la unitiva, aquella que sí exploran más directamente Santa Teresa o San Juan, a pesar de también hacerlo con las otras, como ya hemos visto. Aparte, mientras que Gato emplea los tópicos del amor cortés, formatos zejelescos y versos populares para adaptarlos (o “endereçarlos”, en sus propias palabras), los místicos del XVI tienen un fondo temático generalmente más erudito aún, y en sus textos encontramos más referencias teológicas y hagiográficas, temas axiológicos y metafísicos, etcétera…
En definitiva, no recogen directamente el amor cortés y los versos populares para transmutarlo en amor místico, sino que directamente exploran la vía negativo-unitiva en formato poético, partiendo del amor divino interior (aparentemente) experimentado: quién sabe, si aprendiendo de Álvarez Gato y su primer acercamiento a esta tendencia, o simplemente adecuando la teología mística del Pseudo-Dionisio (u otras teologías negativas) al género poético, ocurriendo así que les fuera productivo hablar de amantes para ejemplificar metafóricamente ese éxtasis del alma humana en momentánea comunión con Dios. Difícil es saberlo exactamente, al no haber ninguna fuente datada que atestigüe esta relación, aunque se haya señalado en alguna ocasión la influencia de Gato en la poesía religiosa epocal y posterior, como ocurre en la tesis de María Jesús Torres Jiménez sobre Los romances de San Juan de la Cruz¸ solo que sin hacer referencia alguna a la mística trabajada por Álvarez Gato o algún tipo de conexión directa entre ambos. No obstante, dado el caso, es incluso bastante probable que algunos de estos autores, tal vez especialmente Santa Teresa, leyeran a este autor y sus ‘endereçamientos’, y de él extrajeran algunas de sus ideas para la poesía mística consiguiente. En cualquier caso, aun sin sumarse al adelanto del primer humanismo hispánico, Juan Álvarez Gato consiguió generar una cierta innovación temático-formal producto de esta mentada hibridación genérica. Una innovación particular en su caso, pero que abriría una veda posteriormente explorada por algunos de los poetas más laureados del renacimiento tardío, capaces de conjuntar el amor mundano con el divino, y hacer así trascender una lírica pasional que antes estaba solo reservada a la poesía arreligiosa, herética o pagana.

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