por Alejandro Fernández Bruña
«Hay cosas que solo suceden en las revistas», decía Calasso en ‘Cómo ordenar una biblioteca’. Ciertas normas transgredidas, una idea de cohesión textual más leve o simplemente diferente (dado el carácter orquestal de cada número), cierta libertad a la hora de no tener que pensar en colecciones y quizá también cierta magia en cómo se gesta cada número por la de voces que lo forman, generando así una conversación colectiva que va más allá del diálogo editor-autor.. Sí, definitivamente hay cosas que solo suceden en las revistas.
Pero, y también definitivamente, hay cosas que solo se pueden materializar en un libro. Parece obvio decirlo, pero las revistas nunca son para siempre. Nunca han sido para siempre. O no deberían serlo. Esa conversación colectiva que posibilita (e impone) el formato es generalmente superficial. No puede haber un conocimiento profundo de todos los autores que participan en una revista, dado que la regularidad de la publicación exige unos tiempos de cambio y renovación. Además, la mayoría de autores solo participa una vez en cada revista, pues gustamos mucho de eso de estar en muchos lugares a la vez
Hay un momento en el que se hace necesario dar ese paso al mundo editorial, pues la revista es más difícil de distribuir, por lo general, y sus posibilidades son más limitadas. Muy poca gente (que yo conozca, ninguna) apuesta todo a una revista. Suelen ser proyectos secundarios, que se nutren de los autores y conexiones de los proyectos principales. Mario Aznar nos llama ‘proyectos kamikaze’.
Después de haber editado 12 fanzines, 5 revistas y 1 libro, veo que cada formato tiene en realidad su alcance y su gracia. No he explorado mucho las posibilidades del fanzine, pues el nuestro era siempre en tamaño A5 con una portada de cartulina a color y el texto interior en blanco y negro sin ninguna imagen. Muchas veces echo de menos ir a la fotocopistería a doblar y grapar fanzines. Cuando había un error era porque los había doblado mal o porque había puesto la grapa donde no era o porque había doblado al revés los folios y los textos no encajaban. Acabamos de recibir los ejemplares del número 17: el lomo no cuadra en el 50% de los números, el color azul que elegí cambia a lo largo de la tirada como si quedaran sin tinta rápidamente. Me siento muy lejano del proceso de creación.
Aunque también yo cometo errores cuando no centro bien un objeto (al no cambiar ‘selección’ por ‘márgenes’ o ‘pliego’), cuando copio dos veces el mismo poema en dos páginas diferentes (al no haberle dado bien al ctrl + c y haber pegado de nuevo el texto anterior) o cuando pongo un nombre en la contraportada cuando ese autor no participa ni en el número. El problema del error aquí es que lo ves cuando ya tienes 100 ejemplares en casa. En cambio, como el fanzine es más manual y se hace de uno en uno, se puede ver el error antes de imprimir todos. En cualquier, caso, nunca me libro del error.
Ahora mismo estoy editando un libro para Delirio, pues quiero ver cómo es una casa editorial por dentro, y Fabio está teniendo la generosidad de mostrarme el funcionamiento de su casa. Ayer hablaba con un amigo sobre cómo serían, en caso de existir, las distintas casas editoriales. Delirio, sería claramente una casa cuadrada con jardines, habitaciones, muebles, cucharas y alfombras cuadradas. Todo en la casa sería cuadrado, menos los autores y el editor, que tienen las formas más diversas y colores generalmente únicos. La Uña Rota sería un complejo urbanístico donde cada casa tendría un diseño propio. Aunque es cierto que guardarían una gran unidad arquitectónica, generando tanto espacios privados como públicos. LiberoEditorial sería una casa baja, sin ni distintos niveles, distribuida a lo largo del espacio. Espacios circulares y amplios, con mucho espacio para transitar por ellos.
Y luego estaríamos ‘Un camino de tierra en medio de la tierra’ y ‘Apostasía’, que serían hostales o una especie de airbnbs en donde los autores invitados conviven temporalmente en la casa con el inquilino o editor hasta que se van a otro airbnb. Todos, como autores, queremos una casa en la que quedarnos para siempre. De ahí esa búsqueda.
Por eso mi intención de crear una casa editorial. Probablemente sería alquilada, no tengo muchas cosas de mi propiedad, pero la decoraría personalmente, ofreciendo una habitación privada a cada autor dentro de ese espacio. Quiero alejarme de esa condición de hostal (u hotel, en el mejor de los casos), porque quiero que la gente se quede si quiere. Un hostal no es para siempre. Y, aunque haya cosas que solo sucedan en las revistas, una revista tampoco es para siempre.

Deja un comentario