por Helena Pagán

En Cuando dejó de llover, encontramos un ramo de flores que se organiza en color y forma: heterogéneo, pero no por ello desvinculado. Un ramo que renuncia a “la división por nombres propios e individualidades” (19), unido y enraizado en la desjerarquía. A la hora de articular las voces, abandonasteis el modelo programático por excelencia –el modelo generacional–, para buscar mejores suertes a partir de otros criterios de compilación. ¿Cuáles fueron estos y qué problemas encontráis pasado el tiempo? ¿Qué implica escribir aquí y ahora?  ¿Cómo se relaciona un editor con las coordenadas de su tiempo?

Pensando en qué podría responder a la pregunta, me di cuenta de que no hay un aquí y un ahora común. En pragmática creo recordar que se habla del eje de referencia yo-aquí-ahora, que es el lugar abstracto desde el que nos comunicamos. No podemos ser otra persona ni estar en otro lugar ni, qué duda cabe, estar en otro tiempo. Entonces, diría que la tarea de la escritora actual es conocer su eje de referencia para poder explorar (jamás ‘explotar’) los límites de sus campos de acción lingüística. Igual que hay ciertos chistes que yo no puedo ejecutar debido a mi aparente seriedad, existen palabras y estructuras únicas e intransferibles que solo me pertenecen a mí como individuo.
   Nuestro aquí y nuestro ahora, que ahora son nuestro allí y nuestro entonces, fue realmente conocer lo que se estaba escribiendo en 2021 entre las personas jóvenes. Ni en el mejor de nuestros sueños (o en la peor de nuestras pesadillas) pudimos imaginar la avalancha de correos que se avecinaba. Acostumbrados a recibir cinco propuestas de media en las convocatorias que habíamos lanzado previamente para la revista, esta vez recibimos poco más de cien. Como queríamos hacer una fotografía del momento, preferimos escoger pocos textos de muchos autores antes que muchos textos de pocos autores, siendo conscientes de que cuando haces una foto de grupo no importan tanto las caras individuales (que suelen aparecen pixeladas al hacer zoom) sino la reunión de esos integrantes en un solo espacio.
La gente piensa que hubo un criterio de selección muy sesgado e injusto, pero igual que una librería de segunda mano está formada por los libros que le vende la gente de la ciudad en la que está, una antología se forma con los textos que mandan los seguidores de las personas que la convocan. En este sentido, sí que percibimos una clara tendencia hacia lo político, que no hacia la política. Pero en ningún caso fue intencionado, como cuando haces una fotografía a un amanecer y se te cuela una bandada de pájaros.
Se barajó la posibilidad de llamar a la nota de los editores La poesía es un arma a secas, quitando de la ecuación ese cargada de futuro, pues precisamente nuestro aquí y nuestro ahora de entonces nos negaban nuestra proyección a futuro. Éramos jóvenes nostálgicos, con más vida por delante que por detrás, y aun así mirábamos más hacia atrás que hacia adelante. Finalmente optamos por Los hijos de los hijos de los hijos de la ira, que en realidad era el título inicial de la antología, solo que no hubo cuórum con el editor de Sloper y lo tuvimos que cambiar. Cuando dejó de llover fue la decisión final. La idea del subtítulo fue una sugerencia de la editorial, ante el miedo de no comprender el proyecto solo con el título. Creo que fue una buena sugerencia. Se pensó también en Cuando deje de llover, pero preferimos ser mínimamente optimistas.

A propósito de tu trabajo de coedición en la antología Cuando dejó de llover. 50 poéticas recién cortadas, ¿qué supuso saltar de la revista al libro?  ¿qué diferencias y posibilidades aparecieron con el cambio de formato?

Si atendemos a la primera acepción de ‘libro’, vemos que se centra mucho en lo físico del objeto: ‘‘conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen’’. En ocasiones me ha pasado que cuando entraba en una página web para mandar el archivo a imprenta me exigía un mínimo de 100 páginas para ser considerado como libro. Si tenía menos páginas tenía que ir a la sección de las revistas. No me parece casual esta medida, aunque sigo prefiriendo a día de hoy libros que no lleguen a las cien páginas, desde el punto de vista del editor y del lector.
La sexta acepción se refiere a un uso concreto en el campo del Derecho: ‘‘Para los efectos legales, en España, todo impreso no periódico que contiene 49 páginas o más, excluidas las cubiertas’’. A pesar de la especificidad de esta definición me interesa detenerme aquí por una cuestión: la no periodicidad del libro, que quizá es su mayor diferencia respecto a la revista. Cada título solo sucede una vez, y aunque en las reediciones se pueden incluir, corregir y ampliar partes del libro, solo suele suceder en las primeras. Recuerdo la inclusión de unos sellos recortables en la segunda edición de Los reales sitios de Juan de Salas; la supresión del concepto ‘Tarzán de los versos’ presente en Antibiótico y ausente en Ya nadie se llamará como yo de Agustín Fernández Mallo; y la ampliación de Lo que hay de Sara Torres con material inédito y una edición más cuidada a nivel material. Aunque, si lo miramos bien, no es tan distinto de cómo funciona una revista: en lugar de números hay libros (numerados también dentro de una colección) y suele haber un ritmo de publicación más o menos periódico, de un modo análogo a como sucede en las revistas. Por ello se habla de tantos libros editados al año.
Otra aparente diferencia que luego no es tal es la supuesta colectividad de las revistas frente a la soledad del libro. Pues ni las revistas son tan colectivas ni los libros tan solitarios. En las revistas, fuertemente centralizadas, unos pocos gestionan los textos de muchos. En un libro, por su lado, intervienen el autor y el editor, pero también la mirada de sus amigas, el corrector, el librero, el representante, el repartidor, el comercial, la meteorología, los community manager, el agente (en el mejor de los casos), el diseñador, el maquetador, el impresor, el mecánico de las impresoras, los amigos de todos ellos, los amigos de los amigos de todos ellos y el humor de toda persona aquí citada. Pocos procesos hay tan colectivos como los artísticos, y la literatura no se salva. En la pintura sucede igual, pues entre el artista y e, público está el comisario, el galerista, el director, el técnico de iluminación, los ayudantes del museo, las guías, los críticos, el humor de todos ellos y un largo etcétera que desconozco. Cuanto menor presupuesto tiene una editorial o una revista, todas las funciones aquí citadas se van solapando hasta la situación más extrema, donde las suele desempeñar una sola persona, como las personas-orquesta de antaño. Diseñando la portada con una mano, respondiendo a un correo con la otra, poniendo el texto seleccionado en negrita con un movimiento de codo, consultando un libro con un pie, copiando la cita con el otro, dándole al enter con un movimiento de cadera y poniendo el punto final guiñando el ojo.
   Mientras que las revistas sobreviven vendiendo los ejemplares en su página web, sus redes sociales y en presentaciones, los libres viven en el complejo a la par que sencillo circuito del libro (ruido de truenos y flashes de relámpagos). Desde hace unos años he trabajado en distintas librerías con distintos conceptos y he podido ver desde dentro cómo funciona. Alguna revista se vende, pero quitando Filosofía&Co no hay mucho movimiento. Dato: nunca he visto a una librería llevar a la caseta de la Feria del Libro una revista. Estamos fuera del terreno de la revista. Vemos una inscripción en lo alto: Hic sunt dracones, inscripción que se usaba en los mapas antiguos para referirse a zonas aún sin explorar. Es tan imprevisible el mundo del libro que no soy capaz de hacer una sola afirmación. Van Millás y Arsuaga a La Revuelta, uno de los programas más famosos de España en prime time, y al día siguiente todos van a la librería a por su libro. Pero otro día va Juan Gómez Jurado y al día siguiente nadie pregunta por su libro. Es realmente imposible de predecir, por lo que es mejor centrarse en el libro y dejar el resto al público.
    Los únicos generadores de opinión y formadores del gusto lector son los libreros. Los que deciden si esto sí o esto no cuando el libro todavía no ha echado a andar y no sabemos si sabe caminar. Los que piden más ejemplares de los que deberían porque le ven posibilidades al libro y/o a la editorial, pues a veces apostar por un libro es apostar por una editorial. Que te hagan libro de la semana importa. Que te recomienden cuando no saben qué recomendar importa. Que te pongan en el escaparate importa. Que confíen en tu obra e influyan a otras librerías a que confíen en ella importa. Que no hablen de ti importa, pero que una sola librería hable de ti también importa, y mucho. Que te quiten del escaparate importa, y que devuelvan tus ejemplares a la editorial también importa. Una verdadera rueda que empieza una vez el libro está publicado, en otras manos, lejos de cualquier cambio o ctrl + z.
Cuando salió nuestra antología Cuando dejó de llover creo que hicimos una cosa mal: escribir antes a El Cultural que a La Gaceta de Salamanca o Tribuna Universitaria. Empezamos por arriba en lugar de por abajo, desatendiendo las posibilidades que dan los medios locales, que luego suponen una base pequeña pero sólida sobre la que edificar. Si estuviera ahora en marzo de 2021 invertiría el orden desde lo local hasta lo regional y lo nacional después. La prisa es muy mala compañera, pero también sé (y recuerdo) lo que es querer que las cosas salgan ya.
    En realidad la antología tiene mucho de revista, dada la pluralidad de voces ordenada según cierto criterio. En nuestro caso queríamos hacer (qué novedad) algo distinto. Se habían colocado los autores por año de nacimiento, por estatura, por calles y ciudades… Así que optamos por diversos enfoques temáticos, que iban desde los filosófico hasta lo político, pasando por lo absurdo de puntillas y haciendo algún pinito también con literatura no literaria, que daría para una conferencia aparte. Tampoco queríamos ser demasiado explícitos. Al comienzo pensamos en dividir los textos según las seis personas del verbo, pero optamos por unos nombres más abstractos: La primera persona del plural (para textos que parten de la experiencia de un yo inmediato), Principio de incertidumbre (con esta denominación científica aludíamos a la precariedad social y política de los más jóvenes), Sintomatología de la derrota (donde intentaban hallar las causas de la situación actual), Intermitencias (donde el deseo y el cuerpo cobran especial importancia), Narciso y el espejo (para poemas filosóficos que partían desde el yo) y La despedida de la materia (donde había textos narrativos y de prosa poética como colofón del libro). Esto era lo que te encontrabas en el índice situado al comienzo, los poemas sin el nombre del autor ordenados en estas secciones. Para aquellos que quisieran buscar el texto de un autor concreto tenían el índice onomástico al final del libro. Creo que esa es la función de un buen editor: darle valor añadido a un libro. Un editor es un catálogo de formas, un muestrario de voces, un Pantone de imágenes y metáforas, un archivo inmenso de citas, un mirar, nunca una mirada.
   Haría falta una definición de ‘libro’ que recalcase que un libro es una intención, pero también un hecho; que es una obra de arte pero también un producto de mercado; que es el resultado de un trabajo del autor que desaparece en el texto, pero también del editor que desaparece en la forma; que la cadena del libro es cada vez más compleja e intervienen más agentes; que no todo libro es un objeto cultural ni todo libro es un objeto popular; y que diera cuenta, por último, de todo el esfuerzo que hacemos esos agentes para que la literatura siga pareciendo necesaria.

Volviendo al lugar y al papel de la revista literaria en la sociedad de nuestro tiempo, ¿qué características consideras que debe tener? ¿cuáles son tus expectativas a la hora de trabajar con ellas?

Si atendemos a las definiciones del Diccionario de las Lenguas Españolas para la palabra ‘revista’, vemos que no es hasta la quinta acepción que aparecen las revistas a las que haces referencia. Tampoco importamos tanto.
    Como primera acepción tenemos ‘‘segunda vista o examen hecho con cuidado y diligencia’’. Es la primera vez que tengo noticia de este uso de la palabra. Me sorprende que esté tan arriba cuando probablemente tenga una frecuencia léxica mínima. Pero no se quedan ahí los lexicógrafos de hace décadas. La cuarta acepción es ‘‘formación de las tropas para que un general o jefe las inspeccione, conozca el estado de su instrucción, etc’’. Creo que las acepciones están desordenadas. Quizá me equivoque, pero hoy en día creo que hay más lectores de revistas que militares jefes. La quinta acepción, que es la que nos interesa, dice: ‘‘publicación periódica con textos e imágenes sobre varias materias o sobre una especialmente’’. No se mojan mucho al final con la temática. Sí se mojan, en cambio, con la forma o los lenguajes que ha de emplear una revista. ¿Si solo tiene texto no podemos hablar de una revista? ¿Y si solo tiene imagen? No me quiero imaginar los problemas de etiquetado que dan libros como Modos de ver de John Berger: el terror del gremio del libro.
   Además, los sinónimos que ofrecen, partiendo de la base de que no hay sinónimo satisfactorio porque no es productivo tener dos significantes para un significado, no terminan de encajarme. ‘Publicación’ quizá es la más amplia dada su vaguedad y abstracción. Por ello es el sustantivo que abre la definición. ‘Semanario’ me parece demasiado lejana y determinista en cuanto a los ritmos de producción. Una pequeña revista sin medios no tiene las herramientas ni el personal para hacerla mensualmente. Ni hablemos de semanalmente. Cuando comenzamos Apostasía la idea era hacerlo mensualmente, pues yo creía, influenciado por los ritmos de producción de mastodontes como El Cultural, qué éramos capaces de ello. Me costó unas cuantas discusiones y distanciamientos, y con razón, pues apreté demasiado las tuercas. Qué metáfora más vintage. Luego pasó a ser cada dos meses durante una temporada, pero las publicaciones cada vez se espaciaban más. Actualmente sacamos una media de 0,8 números al año. El último sinónimo, por cierto, es ‘magacín’. Resulta ser la más parecida de las tres, y encima solo tiene dos acepciones y esta es la primera: ‘‘publicación periódica con artículos de diversos autores, dirigida al público en general’’.
   ¿Cómo definir revistas como MULE, Caracol Nocturno, Invernadero, Centauros o Apostasía? Con mayor o menor presupuesto, con mayor o menor número de integrantes fijos, con mayor o menor distribución por el territorio nacional (o ninguna), todas parecen tener algo en común: la pluralidad, la convivencia de distintas voces en un solo espacio textual y virtual, que actúa a modo de un tapiz en el que se mezclan los hilos para formar una figura más o menos clara. Creo muy complicado precisamente por esta condición plural reunir voces semejantes, siempre y cuando no sea publicando a los mismos de siempre o poniendo una temática a la hora de hacer la convocatoria. Hemos usado mucho este método desde la revista, aunque puede surgir un problema: que nadie te mande textos por pasarte de concreto o por pasarte de abstracto. Esto nos sucedió con el número sobre la Edad Media. Como pedíamos ensayo y creación sin dar ninguna especificación más allá del tema ‘Edad Media’, la gente no comprendió qué pedíamos realmente. Y entiendo la vergüenza que da escribir a una revista en la que no conoces a nadie. Fue la primera vez que tuvimos que pedir textos ante la posibilidad de un número sin creación, que sería un número fallido (sin desmerecer a los ensayistas). Agradecer infinitamente a Ángela Segovia, Aitana Monzón y Rocío Simón por querer participar.
   Lo más bonito de todo es que, como en la mayoría de casos, su defecto supone también su virtud. El hecho de no poder reunir voces iguales y la pluralidad (en sentido cualitativo y cuantitativo) hacen que entre un número y otro haya mucha diferencia y movimiento: los autores rara vez repiten, y saltan de revista en revista buscando visibilidad. Los autores que pueblan estas revistas son en su mayoría personas relacionadas con el ámbito universitario: alumnos, ex alumnos, predoctorales, profesores, ex profesores… En ese sentido nos alejamos de la definición de ‘magacín’, pues no es una revista destinada a la mayoría. Es una poesía hecha por pocos para aun menos lectores. Si bien es cierto que ahora todas las revistas comparten sus textos en redes haciéndolos más accesibles al público, también lo es que el algoritmo jamás le recomendará una publicación de Apostasía a mi madre, sino, con toda probabilidad, a otra autora. Y está bien, pues así es como se genera una red estable, sumando nuevos elementos afines pero imprevisibles a otros esperables y constantes. La realidad es que seguimos siendo los mismos que al principio. Lo dice una persona que está detrás de la bandeja de entrada y recibe los textos. No creo que se deba a amiguismos o enchufes, sino a la vergüenza que da mandar un texto a una revista que no conoces y no te lo ha pedido. Como editor os digo que celebramos mucho el texto-caído-del-cielo. No dejéis de enviar vuestros textos nunca.
    No sin cierta ironía definiría las revistas a las que hemos hecho referencia como una ‘‘publicación de periodicidad incierta, con una serie de autores organizados en torno a un tema o una forma que escriben para ganar cierto prestigio simbólico’’. Hoy para merendar bocadillo de prestigio simbólico: pan con pan.

¿Qué libro te hubiera gustado editar?

Como no he podido elegir solo uno, aquí van cuatro ejemplos. En primer lugar, La curva se volvió barricada de Ángela Segovia (La Uña Rota, 2016), por el formato apaisado del poemario y por la distribución precisa de los versos dentro del folio. Le tengo un cariño especial poque fue uno de los primeros poemarios que me recomendaron en Letras Corsarias.
   Como no podía ser de otra manera, NOX de Anne Carson (Vaso Roto, 2018) por cuestiones obvias. No soy yo tonto ni nada, vaya ejemplos te estoy poniendo. No sé si mi ordenador resistiría el tamaño de un archivo tan grande ni tampoco dónde podría imprimirlo siquiera, pero me encantaría intentarlo.
   El tercero es Ready-Made (Caniche, 2015) de Mateo Navarro, un poemario que a su vez es un libro-objeto. Tiene tres tipos distintos de papeles utilizados de manera conceptual: el papel más amarillo para el pasado, el blanco con estuco brillante para el futuro y un papel medio transparente para el interludio. No es gratuito porque el poemario está encabezado con una cita de Lorca: ‘‘Mira a la derecha y a la izquierda del tiempo y que tu corazón aprenda a estar tranquilo’’. Y no sólo esto, sino que el preámbulo y el epílogo están editados a la inversa y tienen colocados en la página opuesta un espejo para que los leas a través de él. Sé que es difícil de imaginar y de creer, pero tendréis que hacerme caso.
 Otro libro que no podía faltar es El ABC de la Bauhaus. La Bauhaus y la teoría del diseño (Gustavo Gili,2019), editado por Ellen Lupton y J. Abbott Miller. Es para mí el ejemplo perfecto de un libro con imagen y texto, pues no se explota una sola fórmula sino que agotan prácticamente todas las posibilidades de distribución de la información dentro del folio, con un uso muy inteligente del espacio que evita la saturación de estímulos.

Para finalizar, me gustaría que pudieras recomendarnos un libro que nos permita reconsiderar el pasado, otro para relacionarnos con el presente, y un último que nos hable del futuro.

Como mi concepto de pasado es bastante reciente, pues para mí el mundo comienza en el siglo XX, voy a decir los dos tomos de los Diarios (1932-1993) del portugués Miguel Torga (Alfaguara, 1988, 1997). Me es muy difícil hablar de los libros que me importan de verdad. Es mi diario favorito junto al de Katherine Mansfield y al de Iñaki Uriarte. Solo está disponible de segunda mano en IberLibro y páginas así. Ya podría reeditarlo Alfaguara porque la edición de Plataforma que salió hace dos años reduce muchísimo el número de entradas. Como puerta de entrada puede estar bien, pero la edición es un poco fea y os vais a quedar con ganas de más. No sé cómo transmitiros toda la ternura con la que trata a sus pacientes este médico rural (como un San Manuel Bueno condenado a dar esperanza sin tenerla), cómo trata a su padre enfermo (pidiéndole que le cuente por vigesimosegunda vez la misma historia de siempre, en la que siempre encuentra un detalle nuevo), lo bien que describe el carácter portugués (como alguien derrotado sin ganas de luchar aunque no para de hablar de la lucha) y lo bien que capta el carácter de las distintas ciudades españolas que visita (Santiago, Oviedo, Madrid, Salamanca, Ávila, Valladolid). Deberíais comprároslo antes de que se agoten los pocos que quedan.
   Para el presente voy a dar dos títulos. Marginalia de Carlos Yushimito (Comisura, 2024), una rara avis a medio camino entre el diario, el cuaderno y el ensayo poético. Una escritura sobre la escritura y un libro sobre libros. Tengo debilidad por todo lo que publica Comisura, puede ser perfectamente mi editorial fetiche. Está formando un catálogo increíble de libros únicos.  Luego, diría Los nombres propios de Marta Jiménez Serrano (Sexto Piso, 2021). Me gusta mucho la estructura circular del libro (comienza y acaba en el trampolín de una piscina), las imágenes que despliega la autora, la idea de que siempre se es pequeña o grande en comparación a algo (cuando somos como somos y no deberían compararnos a una media o a una excepción), los paralelismos temporales que hace la narradora y cómo se va desarrollando hasta el último capítulo, donde hace posesión de su nombre después de un largo proceso. Una narradora que existe y no existe a la vez, aunque todo narrador es un amigo imaginario si se piensa.
   No se me ha ocurrido ningún libro de los que haya leído últimamente que intente anticipar cosas del futuro. Así que diré que una antología que se esté empezando a organizar ahora. Como no estoy tan pendiente de la poesía, me vendría muy bien como lector una antología. Pero una de verdad, con convocatoria abierta.

*Esta entrevista tuvo lugar en el marco del seminario “Poesía en los márgenes del siglo XXI”, celebrado en la Universidad de Oslo el día 22 de noviembre

Alejandro Fernández Bruña (Indautxu, 1997) es librero, escritor y editor de la Revista Apostasía, que lleva editados 18 números desde marzo de 2019. En 2021 edita junto a Jorge Arroita la antología Cuando dejó de llover. 50 poéticas recién cortadas (Sloper, 2021), un libro que recoge textos de 50 autores del panorama literario actual. Ha publicado poemas en revistas como Caracol Nocturno, Casapaís, MULE o Colofón y artículos en Quimera Presente. Ha sido residente de la XXII Promoción de la Fundación Antonio Gala.

Deja un comentario