por Alejandro Fernández Bruña

[¡Una reseña Una reseña! De nuevo la náusea No creo que el oficio de crítico predisponga al análisis psicológico En nuestro trabajo solo tenemos que habérnoslas con sentimientos  a los que se le aplican nombres genéricos Como Heterodiegético o Narración omnisciente Mi lectura está por todos lados Signos Símbolos Interpretaciones Contexto ¿Por qué tanto lenguaje? En ocasiones querría poder leer como el que come pipas, separando la cáscara del fruto Pero estoy masticando envoltorios y desechando el interior No sé cuándo empecé a leer el libro Si cuando lo compré en Anti-Liburudenda o cuando abrí su primera página O la primera vez que escuché el nombre de Txomin Ahí tenéis un comienzo Lo que hubiera antes no es asunto mío Me centraré en la Historia]

— Entonces… Me ibas a explicar con detalle lo que había al comienzo.
— ¿Al comienzo? No sé. Había una habitación, creo. Sí, una habitación en la que vive un crítico que tiene que mandar una reseña antes de que acabe la semana. Parece que está solo en la habitación, pero cuando te fijas en la lucerna que hay en la esquina que está más alejada de la puerta, se ve una sombra. No sé si sombra es la palabra correcta, quizá debería decir una figura borrosa, como si fuera un hombre desenfocado. La cosa es que del otro lado de esa grieta de esa abertura de ese hueco hay una figura más o menos humana. Un cuerpo sin atributos.
— ¿Y qué sabe el crítico de esa sombra?
— Poco, bien poco… Un día se despierta en medio de la madrugada y comienza a hablar con esa sombra. Y esta le responde amenizando sus desvelos nocturnos. Creo que hay un detalle que hay recalcar: el libro está dividido en siete noches, como las siete noches que duró la Creación del universo según el cristianismo.
— Mucha casualidad.
— Y no solo eso, sino que el hecho de que las escenas sucedan de noche deja abierta la puerta a la posibilidad de que todo sea un sueño. Si sucedieran de día no dudaríamos en la veracidad de las escenas. Pero al estar enmarcadas justo cuando el autor se despierta en medio de la noche, y dada la extrañeza de ciertas situaciones difíciles de creer, tenemos la duda razonable de si fue una alucinación o sucedió de verdad.
— ¿Y qué más da? ¿Qué es de verdad? A veces las alucinaciones son más verosímiles y ciertas que lo que pasa en la vida consciente.

[Le gustaría al autor Leí algo parecido en alguna parte Desentrañar significantes enigmáticos Deshacer la brecha entre Público y Privado Contener la náusea Aguantar la zozobra Fijar la monstruosidad Desatada De un cuerpo En el que circula La otredad como un flujo gemelo de la Unidad]

— Por cierto, ¿tú quién eres? Llevamos hablando días pero no me suena tu voz. ¿Eres nuevo en el rellano?
— Nos habíamos quedado a medias. Sigue contándome sobre el libro. Descríbeme las intenciones del autor.
— No es importante lo que el autor piense o diga.
— Es verdad, no importa.
— Solo lo que haga.
— Bueno, pues cuéntame lo que el autor hace en el libro.
Opone dos presencias antagónicas. A un lado se proyecta el cuerpo del autor, con sus pulsiones, deseos, frustraciones y circunstancias propias; y, en el otro lado, retroproyectado desde en fondo de la historia, irrumpe la crítica, con su tradición, convenciones y requerimientos, la película de las estructuras sociales expresándose en la exigencia de los protocolos que son condición de comunicabilidad. Separados los cuerpos por una pequeña rendija, el crítico intentará siempre espiar al autor a través de ella, aunque nunca termine por ver bien lo que hace el otro. Es complicado tener que adivinar los movimientos de un cuerpo a través de una pequeña lucerna. Igual, parece complicado interpretar a una persona mediante la observación de una obra.
— ¿Y cuál es la acción o la trama del libro?
— ¿Acción? ¿Trama? No comprendo esas palabras. Seguro que el autor se reiría si te escuchase. En esta ficción casi que no hay ni personajes, solo ideas y conceptos que piensan y sienten. En definitiva: formas, muchas formas, algunas deformes y otras muy bien formadas, ambas contagiándose las unas a las otras, haciendo que las unas pierdan su definición y las otras su indefinición. Muchas preguntas y pocas respuestas.
— Parece que se te ha pegado la verborrea del autor.
— Y a ti el ser una idea, no te jode.
Espero que no pienses que estoy aquí…
— Estaba de broma. Me ha molestado un poco lo de la verborrea. En realidad lo que pasa en el libro es que el crítico tiene que hacer una reseña de una novela para una página web que leen cuatro o cinco perdidos. Y trata de establecer conexiones entre los distintos capítulos, pues a veces cambian mucho los temas de conversación de una noche a otra.
… que piense que estoy aquí solo para darle la réplica.
¿Crees que no me doy cuenta de que nuestra conversación parece amañada?
¡Pues claro!¡No hay interlocutor! ¡Yo no soy nada!

A pesar de no saber mucho sobre su supuesto vecino, comprobó que la interlocución podría resultarle beneficiosa de modo insospechado. No es que el crítico necesite un público al que dirigirse, pues siempre se las ha apañado bien solo… O eso dice, aunque nadie le crea. En realidad todo texto es para alguien, sean una o muchas personas. Si hiciera una reseña pensando en su madre sería muy distinta de la que haría pensando en su amigo Jorge. Al crítico le da miedo admitir que está solo y necesita a alguien del otro lado.

— Se supone que eres un crítico, ¿no? ¿Qué es lo que hace un crítico? ¿Criticar obras?
— El crítico no critica, lo que el nombre designa es a una persona a cargo de una tarea.
A cargo de…
Del desafío de interpretar una percepción que, antes que nada, es un golpe ya encajado pero que aún me confunde, y, por tanto, busco recrearla y ofrecerla a la experiencia de más gente. El crítico solo es aquel que cuenta cómo se ha contado una historia.
— Aun así, la palabra me dice que hay alguien que debe criticar y alguien que debe ser criticado.
— Lenguaje, lenguaje… Necesito estar a solas con el autor.
Nunca has dejado de estarlo.
— A veces dices frases por encima de tus posibilidades.
— …
— ¿Estás ahí? No sé si te habrás dado cuenta ya, pero me da igual que respondas o no. Yo seguiré hablando.

[El verbo Criticar lo forma La lengua romance A partir de crítica Palabra que viene del latín criticus Forma femenina En argot médico Designó el estado decisivo de un Enfermo Aunque en filología se usaba en su forma masculina criticus para designar al juez que es capaz de discernir lo Bueno de lo Malo Yo no sé qué es bueno o malo o dónde está arriba o abajo]

¿Y la lucerna? ¿Cuál es el lugar en la clasificación de esa cosa tras la que una voz diferente se esconde? La lucerna con su oscuro agujero resultado de un golpe. ¿O fue un disparo?
— Creo que es una metáfora de la mirada. La mirada no deja de ser una grieta a través de la cual nos asomamos al mundo. La lucerna que separa ambas habitaciones es equivalente a la ranura de un ojo, que separa el mundo interior del exterior, al individuo de la sociedad, al uno del otro.
— Parece que la lucerna es un personaje más.
— Totalmente. Igual que se dice de Vetusta en La regenta, que a parte de una ciudad es un personaje más pues condiciona cómo se relacionan el resto de personajes. En realidad parece más un marco que otra cosa, pero entiendo la poesía de llamar personaje a un lugar, de atribuirle emociones, una historia y una intención.
— ¿Por qué una lucerna y no una ventana?
— Creo que es más sutil. Además, el crítico tiene que subirse a una silla para intentar ver a través de ella. Igual que cuando vas a un museo y hay un cuadro pequeño, que te obliga a acercarte a él para verlo. Si hubiera un ventanal el crítico debería alejarse de él para observar todo el conjunto. En cambio, a través de la lucerna solo observamos fragmentos, pequeños destellos que vamos sumando para llegar a la idea total. También creo que una grieta crea un otro lado más misterioso e indefinido que una ventana.
— De todos modos, en la novela la persiana también está rota y solo deja una pequeña rendija, única fuente de luz de toda su habitación.
— Sí… ¿Cómo lo sabes?
— No sé, a veces es como si te oyera pensar.

[¿Qué diferencia al uno del otro? Juego de sombras Reflejos distorsionados Proyecciones erróneas Limitaciones nominales Lenguaje otra vez Lenguaje al fin y al cabo ¿Es acaso necesario El Otro?]

— Decías…
— Que el autor y el crítico van ganando confianza a través de la conversación. Afianzan su relación hasta el punto de tener sus primeras discusiones y desacuerdos. El autor, en un principio, parecía que iba a suscribir todo lo que dijera el crítico. Pero poco a poco va ganando esa mal llamada psicología, que yo llamaría complejidad o riqueza en contradicciones. Deja de ser un pretexto para que hable el crítico y empieza a defender sus propias ideas. El autor, que parecía una excusa para el lector, ha vuelto a tomar el control de su obra.
— ¿Y qué dice el autor?
— Habla de un ser descontrolado, monstruoso, como mi planta. Un ente híbrido. En tránsito. Que pertenece a varios mundos. O a tiempos diferentes. O a varias dimensiones del ser. O del aparecer. Se dice que son también los mensajeros de otras dimensiones. Pero como he dicho antes, poco importa lo que diga el autor.
— Me estoy cansando de preguntar y de seguirte el rollo. Yo también quiero vivir, como el personaje de Niebla de Unamuno. Estoy harto de malos escritores, como tú, en empresas gloriosas como esta, fabricando una red de alucinaciones y confusión. Malos escritores, como tú, perdidos en su propia arquitectura mental, de la que no pueden salir ni aunque quieran.
— Voy a seguir contándote la novela como si no hubieras dicho nada de esto y me hubieses preguntado qué sucede al final.
— Que te den. Siempre es lo que tú quieras. No puede ser que
—  Hacia el final de la novela el autor y el crítico empiezan a confundirse. De hecho, una de las noches en las que se despierta el crítico, le dice el autor: ‘‘Te estaba costando dormirte’’. A lo que el crítico responde: ‘‘Sí, ambos queríamos dormirnos’’. Fue en este punto donde tuve una revelación y comprendí el sentido último de la novela.
— Enhorabuena, eres listísimo y te mereces un premio gigante.
— ¿En qué momento pensé en hacer esta reseña dialogada?
— Es que te habías quedado sin ideas.
— La cosa es que en ese momento de iluminación comprendí que el autor y el crítico son la misma persona, pues el crítico también es un creador y el autor también es un juez. Todas las piezas encajaron de golpe. En un momento dado de la narración el supuesto autor admite que no hay espejos en su habitación, al otro lado de la lucerna. ¡Porque él ya es el reflejo del propio crítico! ¡Nunca existió el autor! Por eso cuando, al final de la novela, el crítico sale por primera vez de su piso y se encuentra con el vecino que ponía la radio…
— Un momento, ¿había alguien que ponía la radio?
— Sí, durante toda la novela se escucha de fondo. Solo a ratos. Se me había olvidado este dato, que era importante. Pero es que eres un desastre como interlocutor.
— Y tú como crítico.
— Da igual. La cosa es que el vecino de la radio le dice que son las únicas dos personas de todo el bloque. Nadie más vive allí. Él no conoce a ningún autor, por lo que no existe ese otro lado de la lucerna.
— Me a b u r r o llevas dos horas haciendo esta reseña. No la van a leer ni los editores de Caniche a quién le va a interesar lo que tengas que decir sobre Txomin Badiola o sobre la crítica o la autoría. Tengo hambre quiero fumarme un cigarro e ir a comprar rosquillas con anís donde la Paqui. Encima luego tenemos médico a las doce por lo del tema de tu hombro y vas a ir sin ducharte y te va a oler el sobaco.
— Por eso al principio de la novela hay una cita sobre el fantasma del padre de Hamlet. ‘‘It was by this time close on morning, and we went to bed (Mem. This diary seems horribly like the beginning os the Arabian Nights, for everything has to break off at a cockcrow—or like the ghost of Hamlet’s father’’.
— Ni siquiera sabes tanto inglés por eso no la traduces acaba ya la farsa por favor.
— Me encanta cuando lees una novela y no es hasta el final que todo encaja de pronto y no queda ningún cabo suelto. En realidad esta reseña es un trasunto del propio libro, pero donde Txomin dice curador yo digo crítico y donde dice pintor yo digo autor.
— Siempre hablas con palabras de otros.
— No soy el propietario de los productos culturales, pero tengo todo el derecho a su usufructo.
— Aun así, no son tuyas, embustero.
Bien, digamos que no lo son, pero, a diferencia de las tuyas, que no son en absoluto tuyas, lo que sí es mío es algo real, que ocurre entre ellas que antes no existía y ahora existe, aunque sea solo una ausencia y todavía no sepa de qué se trata. Lorca decía que la poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio. A veces la conexión trasciende los propios objetos involucrados en esa ecuación.

La voz ha dejado de oírse.

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