Decía nuestro profesor, el poeta Juan Antonio González Iglesias, que la palabra ‘antología’ está formada a partir de las raíces ánthos (‘flor’) y légein (‘escoger’). Es decir, que toda antología es una selección de flores diversas unidas en un mismo ramo, atadas por un único lazo. Aunque nosotros no conozcamos todas las especies existentes de plantas, hemos intentado reunir en este presente volumen 50 flores únicas del panorama actual. Las hemos extraído cuidadosamente de su lugar de origen para juntarlas en un jarrón, a fin de poder observarlas todas juntas por primera vez.
A los escritores de la generación anterior los llamaron los hijos de la bonanza, ‘‘herederos de todos los despojos’’. Por aquel entonces ‘‘llovía en todo el siglo XXI’’ y parecía que iban a salir de esa época de tierras baldías y sentimientos huecos. Había en el aire una esperanza justificada en el movimiento pendular de la historia; pero lo que ayer fue no necesariamente sería mañana. Después de la ruptura de esa utopía, se sintieron ‘‘ya muy viejos / para la confianza, no tan viejos / como para poder sentir que mienten / al afirmar que ya les da lo mismo’’.
Debido a esa misma oscilación histórica, nosotros crecimos observando cómo dejaba de llover en todo el siglo XXI. Nuestro paradigma no es el de la inundación, el de la sobreabundancia, sino el de la sequía. La palabra ‘bonanza’ iba desapareciendo paulatinamente de nuestros diccionarios. A nuestros predecesores se les había prometido el mundo, pero llegaron tarde. La realidad fue para ellos una promesa hipotecada. Sin embargo, nuestra generación creció en medio del descampado de la crisis, sin ningún lugar fijo donde posar nuestros pies y dejar algún tipo de huella. Ellos asistieron al funeral del tiempo; nosotros nacimos ya huérfanos de él, sin recordar siquiera su nombre.
La ira de la que habló Dámaso Alonso se ha ido diluyendo poco a poco en el tiempo. Él fue un hijo de la ira. Ben Clark fue un hijo de la frustración. Nosotros nos declaramos hijos de la anhedonia, de la apatía, de la nada.
Al igual que la sensación de vivir bajo el derrumbe es el hilo que enhebra los verbos de nuestra generación, lo que engarza las vicisitudes de nuestra poesía actual es la heterogeneidad, rasgo que se erige irrevocablemente como su perla más brillante, a
pesar de que algunos otros la consideren su maldición superficial. En este siglo en red, una mayor accesibilidad a los medios y a la información siempre desembocará irremediablemente en una mayor heterogeneidad, y eso nunca puede ser algo malo.
Esta heterogeneidad es el otro aspecto esencial que vimos reflejado en la antología, el cual nos llevó a elegir un modelo de estructura textual que permitiera esa miserable mixtura de estilos, temas y formatos, renegando de la división por nombres propios e individualidades, y en favor de asociaciones entre los ramilletes que más relucieran y concordaran según los colores y los patrones que sus flores compartieran. Estas taxonomías botánicas, repartidas no según el nombre sino según el verbo, creemos
que permiten tanto una correcta ordenación de aquellos contenidos que poseen hilos de unión entre ellos, como la diferenciación temática y estilística de esa heterogeneidad radical.
La clave de esta división no es supeditar nuestras diferencias bajo un cierto orden estructural, sino aunar aquellos textos que aumentan su significación cuando se enraízan con aquellos otros que les hacen, al mismo tiempo, de diferencia y de valor añadido. En el mundo en red, aquello que no está conectado llega a perder su capacidad de acción. En el mundo en red, aquello que depende únicamente de su conexión con otras cosas está condenado a perder su identidad. En el eje de esta contradicción es, precisamente, donde se encuentran las raíces que sostienen todo este jardín de flores curiosas, una miscelánea poética gestada por estos tiempos convulsos, que intenta huir de la superficie uniforme del hormigón para buscar la luz de un nuevo día.

por Jorge Arroita & Alejandro Fdez. Bruña

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